Hay una frase del nuevo disco solista de Gustavo Cerati que, a oídos atentos, puede llamar la atención. Uno toma otro barco/ aunque no quiera hacerlo, susurra en Río Babel y la sentencia puede tomarse como la declaración de principios de un giro absoluto.
Puede ser. Bocanada, el esperado trabajo en solitario del ex Soda Stereo, es una pensada vuelta de tuerca. Un collage de impulsos electrónicos en su estructura y de sentimientos análogos en su contenido. Una pieza envolvente que, por cada uno de sus poros, deja fluir todo el coqueteo del argentino con los sonidos creados por bits.
Por eso, compararlo con sus anteriores trabajos sin Soda, con la calidez de Amor Amarillo y con la inocente experimentación de Colores Santos (a dúo con Daniel Melero), puede resultar un ejercicio pedagógico.
El disco puede sonar frío, a ratos distante, poco comercial, es cierto, pero nadie puede negar que tiene sangre. Otra sangre. No una visceral, pero sí una que habla de un cambio.
Ahí está el formato drum and bass de Tabú para demostrarlo. Un instante de ritmo inagotable que, junto a la cadencia computarizada de Bocanada y a los estímulos hip-hop de Perdonar Es Divino, se transforma en la médula conceptual de la placa.
Los seguidores de su carrera en Soda Stereo pueden quedar algo desconcertados. Si se trata de buscar coincidencias, lo más parecido al trabajo de la banda (en su última etapa) puede ser Paseo Inmoral y la notable Beautiful.
Pero el análisis puede resultar forzado y, así, es mejor tener en mente el estilo que ha desarrollado en Plan V, su banda electrónica paralela, para armarse una idea.
Interesante, Bocanada. Un álbum magnético y, a ratos, descolocador. Una mirada coherente con todo el pasado reciente de un hombre que, a estas alturas de la vida, ya nos tiene obligados a aprender a evolucionar con él.
Pablo Márquez F.