El ojo impreso en la carátula, en el que la imagen de Los Prisioneros se confunde con el iris, es una advertencia y un compromiso. Por un lado el trío carga con la vocación de gritar lo que el pueblo no puede desde la tribuna del pop. Sólo Los Prisioneros cantan contra el fascismo, empresarios y corrupción sin dejar de ser bailables. Pero ocurre que desde "Mi destino", el último disco solista de Jorge González, la pluma del líder pierde agudeza. No falla en la mira, sino en la precisión del tiro. A cambio, Los Prisioneros terminan un camino pendiente. Porque al fan radical nunca le quedó claro el paso desde el atrevimiento de "La cultura de la basura" (1987), al dance y la balada de "Corazones" (1990). La respuesta era Claudio Narea. Esa guitarra tan conmovedoramente rocanrolera y chilena regresó para revolotear entre las travesuras estilísticas de González. Es una confrontación notable en "Canción del trabajo" y divertida en "En el cementerio". Juntos y revueltos, son la mejor dupla del rock chileno. La suerte de Miguel Tapia.
Marcelo Contreras