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La Sangre en el Cuerpo

17 de Agosto de 2007 | 01:14 |
La voz suena más clara y segura que otras veces. Alvaro Henríquez se desnuda en los versos de Agua fría proclamando que hoy duermen siesta las voces que escribí y la sentencia, clave, se va entendiendo con el correr de las canciones que dan vida a su octavo disco.

Pulsando otra vez la tecla de las armonías y de los juegos melódicos, quizás un poco más finos, quizás un poco más maduros, la banda penquista le puso la firma a una placa pareja y más amigable que sus intentos más inmediatos. A un disco que, pasando por la rudeza (Donde sea) o por notables puentes algo más oscuros (Agua fría), exuda certeza en cada uno de sus cortes.

En La sangre en el cuerpo, un álbum nacido musical y líricamente de la mano de Henríquez y del bajista Roberto Lindl, Los Tres se dieron todos esos gustos que sólo quedan bien cuando el oficio se lleva hace mucho rato a cuestas.

Cuando ya no es tan necesario tratar de armar inteligentes juegos de palabras en los textos, su más marcado tic. Cuando se le da cabida, en planos muy secundarios, a nuevas sonoridades como los vientos andinos - a cargo del invitado Roberto Márquez, de Illapu, en Feria verdadera y Caudillo de congrio- y a arreglos orquestales más complejos que los hasta ahora usados por una banda con tradición de guitarras puras.

Es más. Por momentos, las seis cuerdas ceden el protagonismo a los evocadores sonidos del órgano (Rompe paga) y el pulso de la batería de Francisco Molina se ve un poco más adelante en el escenario (en el instrumental El rey del mariscal).

Pero el cuarteto, cosa que habla de coherencia y estilo, logra mantener intactas esa viveza y frescura que los acompaña desde el debut, allá a principios de la década. Esa comunión entre lo metálico y el swing de los bajos (Morir de viejo), ese tributo a los capítulos más clásicos del rock & roll (La respuesta).

Se puede dormir siesta en los laureles, está claro. Pero una latencia como aquella, en una banda acostumbrada a mantener siempre los ojos abiertos, significa más bien tener esa impagable seguridad de seguir construyendo sobre suelo firme.

Pablo Márquez F.
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