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Debussy: “Pelléas et Mélisande”

17 de Agosto de 2007 | 01:14 |
Debussy: “Pelléas et Mélisande”

Ch. Dutoit / C. Aliot-Lugaz, D. Henry, G. Cachemaille, P. Thau, C. Carlson y F. Golfier. LONDON 430 502-2 DDD, 1991.

Mélisande muere:
—¡Tienes frío? ¿Quieres que cierre las ventanas?
—No hasta que el sol esté al fondo del mar. Él desciende lentamente. ¿Es el invierno que comienza?
—¿No te gusta el invierno?
—Oh, no. Yo tengo miedo del frío. Yo tengo tanto miedo del gran frío.


Un oscuro castillo en ignotas tierras de Allemonde, y una pareja de amantes desgraciados: “Pelléas y Mélisande”. Tema de catarsis romántica, pero librado a sugerencias tan misteriosas como el castillo. Es el símbolo lo que mueve al poeta Maurice Maeterlinck; esa otra escena que está más allá de lo perceptible y cuya vida paralela se nutre del mundo real y lo vincula con categorías sostenidas por el infinito.

El cenáculo de Mallarmé y el suave tacto de Verlaine rodean la obra de este belga, cuyo trabajo llegó a manos de Claude Debussy, simbolista de pentagramas y notas, impresionista de detalles y escultor de vaguedades.

La versión aquí comentada tiene los vicios de otras en el mercado (no siempre se escogen los mejores cantantes para óperas como éstas), pero también una particularidad interesante: la fría precisión de Charles Dutoit. El maestro, al frente de la Orquesta Sinfónica de Montreal, con la que vino a Chile, se planta ante la partitura y sus símbolos sin contemplaciones interpretativas; por lo mismo, no acentúa ningún rasgo en desmedro de otro y organiza la obra procurando que los símbolos se desnuden desde las notas escritas. Así sucedió también en Santiago, donde su Ravel (“La Valse”) consiguió impactar sólo desde la perfección técnica. Es curioso este caso, porque no abundan los capaces de transmitir cosas sin comprometerse con ellas.

Las evasivas de Mélisande son piezas de laboratorio en la batuta de Dutoit, quien se empeña especialmente en la discreción de esta música, en las mínimas e interminables variaciones colorísticas y en ese empeño debussyano por hacer que las frases melódicas salgan de la sombra para hacerlas perderse muy pronto en las tinieblas de origen.

En el trabajo de Dutoit se diferencian todos los colores orquestales, mientras las cuerdas, vibrando levemente, apoyan una armonía de contornos imprecisos y fluctuaciones sonoras refractarias, repletas de brillos que vienen y se van.

Maeterlinck y Debussy trabajaron hasta los confines el silencio, y el segundo aplicó eso también al uso de la voz, convirtiendo una ópera larga-duración como ésta (150’ 44”), en un enorme lied o, mejor, en una chanson.

Esta es música modelada sobre el drama, y como el drama es abstracto y el lenguaje metafórico —”Es que yo tengo el sol de la tarde en los ojos”, dice Mélisande antes de morir—, Dutoit opta por la contención, sin jamás revelar. De este modo, muestra una pasión infiel con pudor y recato, y usa el canto como una móvil declamación de breves incisos melódicos abiertos al carácter que quiera darle el auditor. Sin connotar. Algunos podrían pensar que hay economía en todo esto, pero el oído cuidadoso encontrará mundos sonoros atractivos y unas posibilidades dramáticas que están muy por encima de las arias de bravura. La intensidad, por tanto, también puede habitar en el silencio y la reserva.

En cuanto a los cantantes, son aplicados, pero no descollantes. Esto mismo obliga a poner atención en la música y en cómo las palabras y los sentidos calzan en ella. Las voces son de Colette Aliot-Lugaz (oscura Mélisande), Didier Henry (Pelléas), Gilles Cachemaille (Golaud), Pierre Thau (Arkel), Claudine Carlson (Genevieve) y Francoise Golfier (encantador Yniold). En suma, una versión que termina por hacerse querer, lo cual es un mérito.

Juan Antonio Muñoz H.
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