Afterglow
Una artista indudablemente dotada —pues a su voz dúctil, une innegables virtudes como compositora y pianista—, la canadiense Sarah McLachlan enfrenta hoy un desafío predecible: lograr que ese talento siga justificándose luego de haber alcanzado ya su cumbre. En su carrera, esa cima seguramente fue el álbum
Fumbling towards ecstasy (1993), tras el cual el también recomendable
Surfacing (1997) marcó la plenitud de una autora delicada en el trato de los asuntos emocionales femeninos y el arreglo orquestado y eléctrico para sus canciones empáticas e inofensivas.
Pero entre ser la banda sonora ideal para un período de autorreflexión y ser apenas música de fondo, existe una línea difusa. Con
Afterglow, Sarah McLachlan comienza a cruzarla, y es la tibieza de este disco lo que ahora se ha vuelto en contra de su autora. Existe fuerza en el single “Fallen” y también en el reproche de “Stupid” (“
creas un oasis que se seca apenas te vas / y me dejas quemándome en este desierto sin ti”). Pero, en general, el álbum avanza entre expresiones más o menos predecibles para sentimientos más o menos comunes, en medio de arreglos más o menos aburridos.
Afterglow es tan delicado que a veces uno cree que se va a desvanecer. Hay gente que se emociona con discos así, y está en su más pleno derecho. Pese a todo, Sarah McLachlan sigue siendo una cantautora mucho más confiable que la pretenciosa Tori Amos o la sobrevalorada Norah Jones.
Marisol García C.
Sarah McLachlan, “Afterglow” (2003, BMG)
1.Fallen, 2.World on fire, 3.Stupid, 4.Drifting, 5.Train wreck, 6.Push, 7.Answer, 8.Time, 9.Perfect girl, 10.Dirty little secret.
Duración: 40:10
Producción: Pierre Marchand.
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