Elizabethan songs, The Lady Musick
Desde la Edad Media, los artistas plásticos siempre representaron las artes como mujeres celestiales que sostenían en sus manos la armonía del mundo; eran secundadas por mortales, quienes las ayudaban en su cometido. Si un monocordio o una viola antigua fueron los primeros compañeros de la Música, seguidos luego por el órgano, en el Renacimiento fue el laúd su principal amigo. Así las cosas, una señora retratada con uno en sus manos no podía menos que sentirse dichosa, ya que eso era como decir que era la representación terrena de Lady Musick. Incluso la Reina Isabel I, de quien no se desconoce su habilidad con los virginales, aparece con un laúd en sus manos en una miniatura de Nicholas Hilliard. Tampoco faltan crónicas que dicen que una cantante junto a un laúd son capaces de inspirar y llevar al oyente más allá de sí mismo.
Emma Kirkby, estudiosa como pocas de este repertorio, escribió: “En «When to her lute» (de Thomas Campion, que interpreta en este disco), la dama en cuestión pulsa las cuerdas del corazón del poeta con la misma facilidad con que pulsa las del laúd (la idea de las cuerdas del corazón tiene una larga historia: el árabe ud, antepasado del laúd, tenía una cuerda para cada estado de ánimo, cuyo equilibrio en el cuerpo humano era esencial para la salud física y mental). No hay duda de que una buena obra musical puede ser tan eficaz para el bienestar del oyente como un remedio de botica”.
La verdad de las cosas es que este CD bien puede operar en ese sentido.
Porque además de ser testimonio de un tiempo del que no abundan registros de interés, estamos ante piezas que o bien alegran el espíritu o suavizan el dolor o simplemente encantan.
“If in this flesh”, de Robert Jones, retoma el concepto de Shakespeare en el sentido expresado en su “Mercader de Venecia”: Tal armonía podemos hallarla en las almas inmortales, pero hasta que cae la envoltura de barro que las aprisiona groseramente entre sus muros, no podemos escucharla. Además, representa el espíritu que se levanta de la carne para unirse al canto angélico. En “Come let us sound”, Campion pide al Espíritu Santo que rescate las almas de la oscuridad de la Tierra, mientras que en la suave y optimista “In this trembling shadows” vuelve a aparecer la lucha luz-tinieblas y el asunto de la música vinculada con la adoración a Dios.
Y como es la música el arte que mejor sirve como reflejo de la tristeza esencial del hombre, dos canciones sobre texto parecido vienen a confirmarlo: la melancólica “I saw my Ladye weepe” (Vi a mi dama llorar), de John Dowland, y “I saw my Ladye weeping” (Vi a mi dama llorando), de Thomas Morley, ambas editadas en 1600.
El lamento y la elegía también eran formas recurrentes en los años de Isabel I, y los artistas de la época debían incluirlos en sus recitales porque eran señal de que dominaban su arte. De Francis Pilkington, la elegía “Come all ye” pide a los musicos de Mr. Thomas Leighton que entreguen lo mejor de la música de manera que estos acordes, cuyas notas distinguen el entorno, sirvan de tributo al dulce nombre de Leighton.
El registro termina con “Sweete birdes deprive us never”, de John Bartlett, dividida en tres partes, en que la soprano Emma Kirkby se alegra ante el canto de las aves. Un disco de colección (L’Oiseau-Lyre, Decca, 1979, 1990).
Juan Antonio Muñoz H.