The Cure
No han pasado más de cuatro años desde el anterior disco de The Cure, pero su vuelta a disquerías se está promocionando como el regreso milagroso de una banda que no ha sido capaz de entregar un disco a la altura de su historia desde el magnífico
Disintegration (1989). Quizás haya algo de cierto en la sensación de resurrección de la banda londinense, considerando el sinfín de amenazas del cantante, guitarrista y compositor Robert Smith de que con
Bloodflowers (2000) los Cure decían adiós para siempre. Pero nunca hay que confiar en un hombre con el lápiz labial corrido, y es probable que el vigor que sostiene este nuevo disco sea definitorio para un nuevo trayecto futuro de larga data.
Sin ser un álbum con pasta de clásico,
The Cure se sostiene sobre la fuerza que le da a una banda reconocerse en su identidad, afirmarla con estilo y desplegarla con más franqueza que ganas de agradar. Éste es un disco incómodo y, por momentos, angustiante (como debe ser un disco de The Cure, ¿no?). No hay tiempo ni espacio para grandes desvaríos, sino que el foco se concentra rápido en canciones que nunca son más pop que el single “The end of the world” ni más oscuras que “The promise” (de más de diez minutos). Entre esos dos extremos, el grupo despliega composiciones eléctricas, de una fuerza que probablemente no mostraban desde los años ochenta. La garganta de Robert Smith vuelve a ser la de un jovencito con rabia para letras que exigen gritos, confusión y desesperanza; que se mantienen románticas pese a la cruel resignación de “Never” (“
Ella nunca será la única para mí / Yo nunca seré suficiente para ella / Nunca nos enamoraremos / Nunca nos enamoraremos”) o “Alt.end” (“
No quiero empezar de nuevo / quiero que esto sea el fin / quiero que esto sea lo último que hagamos”). Hay quienes critican la condición de caricatura que ahora se come al fantástico cantautor, pero Smith sigue siendo un cantante valioso, que presenta con autoridad de padrino su peculiar y oscura concepción del pop, marca para tantas y tantas bandas más jóvenes.
Quizás lo que le falta a
The Cure sea la unidad conceptual que antes sostuvo a sus mejores discos. Éste parece un pegoteo de canciones —algunas bastante buenas, como “(I don´t know what´s going) On” y “Before three”—, sin una base de estilo que las vincule espiritualmente. A diferencia de sus mejores álbumes, no se transmite aquí un “clima” determinado. Los auditores más jóvenes, educados en el salto y en el
zapping, probablemente no encuentren en eso nada malo. Pero los fanáticos adultos percibirán de inmediato que la reciente intermitencia en su trabajo pena sobre un álbum hecho quizás con premura, en el cual si hay sustancia y fondo que justifique una audición atenta, es por la carga innegable de talento de un colectivo musical que no concibe la música sino es desde lo diferente, lo personal, lo torcido.
Marisol García C.
The Cure, “The Cure” (2004, Geffen/Universal)
1.Lost, 2.Labyrinth, 3.Before three, 4.The end of the world, 5.Anniversary, 6.Us or them, 7.alt.end, 8.(I don´t know what´s going) On, 9.Taking off, 10.Never, 11.The promise, 12.Going nowhere.
Duración: 55:02
Integrantes: Robert Smith (voz y guitarra), Perry Bamonte (guitarra), Simon Gallup (bajista), Roger O’Donnell (tecladista) y Jason Cooper (baterista).
Producción: Ross Robinson y Robert Smith. |