Wagner: “Tannhäuser”
D. Barenboim / Staatskapelle Berlin / P. Seiffert, J. Eaglen, W. Meier, R. Pape, T. Hampson. Teldec, 2001.
“Creo en Dios, Mozart y Beethoven”. Esas palabras de Wagner parecen estar detrás de su “Tannhäuser” (1845), obra que liga el misticismo con el mundo de los sentidos y que es dudosa a la hora de elegir. La ópera en un principio se iba a llamar “Venusberg”, título de tantas sugerencias que se recomendó al compositor cambiarlo. ¿Cuál era la opción de Wagner? No sabemos con exactitud, pero el protagonista responde “Qué pobre amor llora en tus versos” cuando Wolfram habla de pureza. Sin embargo, ésta es la que triunfa, lo que hizo que muchos dijeran que se trataba de una pieza reaccionaria fundada en prejuicios.
Daniel Barenboim, establecido entre los grandes directores wagnerianos, pone énfasis en la tensión en que vive el hombre. Él se enfrenta a una hazaña épica y desde ahí describe esa doble experiencia confrontacional, íntima y tan humana, de ser un cuerpo y de tener un cuerpo. La primera atrapa en los sentidos (el sexo, en este caso) y la segunda viaja a un mundo más inmaterial.
La obertura resume ese antagonismo, con extensión subsidiaria a la pugna entre el amor sublime de Wolfram y el voluptuoso que ofrece Tannhäuser. Esto da forma al libreto. Ya Wagner es bastante obsesivo en su manejo de las cuerdas; Barenboim lo subraya, pero mantiene un cosmos solemne (¿Dios?) que sólo observa el debate personal y social de las criaturas.
La partitura es nerviosa, turbulenta, sensual, idílica a ratos, íntima (en la hermosa oración de Elisabeth, que es casi un Lied) y termina en una apoteosis sonora que comenta el triunfo del ideal. Pero la decisión no es certera, porque el influjo de Venus alcanza hasta a la joven pura, que se inclina por el “pecador” y que ofrece su vida por la salvación de su alma. Peter Seiffert, en el papel titular, encuentra sus mejores frases en el sentimiento de culpa: “La penitencia un día me ha de conducir al puerto…”. Jane Eaglen compite con el recuerdo de grandes Elisabeth; sale casi indemne por caudal y convicción, pero se añora el lirismo y la transparencia. Excelentes aportes de Thomas Hampson (Wolfram), Waltraud Meier (Venus) y René Pape (Hermann), y un lujo el pastor de Dorothea Röschmann.
Juan Antonio Muñoz H.