Harry Potter y el prisionero de Azkabán
Para cualquier persona que escriba sobre música de películas, hablar de John Williams significa palabras mayores. Porque a los 72 años y con más de 40 en el mercado cinematográfico, el músico es una verdadera leyenda viviente que sigue en activo y arrastra una serie de pergaminos cuya sola enumeración ahorra mayores comentarios: ha escrito la partitura para cerca de 80 películas, ha ganado dos Emmys, tres Globos de Oro, nueve Grammys, y le falta poco para superar al fallecido Alfred Newman como el compositor que ha sido nominado a más Oscar en la historia, porque mientras el creador de obras como
El manto sagrado y
La conquista del Oeste acumuló 45 nominaciones y nueve triunfos, Williams ya lleva 42 postulaciones y cinco estatuillas. A estas alturas resulta incluso ocioso referirse a los clásicos que el autor ha escrito, que van desde los filmes de catástrofe de los años 70 como
La aventura del Poseidón,
Terremoto e
Infierno en la torre y la saga de
La guerra de las galaxias, hasta títulos tan diversos como
Superman y
Mi pobre angelito. Y que no se crea que su fiel colaboración con Spielberg -en una filmografía que incluye hitos como
Tiburón,
Encuentros cercanos del tercer tipo,
ET, la trilogía
Indiana Jones,
Jurassic Park y
La lista de Schindler- le ha impedido alternar con otros directores; también ha trabajos para cineastas tan distintos como Altman, Ritt, Hitchcock, Penn, Frankenheimer, De Palma, Kasdan, Stone, Pakula, Howard, Pollack y Parker, entre otros.
Pero Williams también ha sabido de críticas. Aunque siempre se lo ha alabado por sus privilegiadas dotes de orquestador y la inagotable capacidad melódica para desarrollar un estilo propio y fácilmente reconocible, a la vez se lo ha acusado no sólo de beber demasiado frecuentemente de la influencia de los clásicos (en su trayectoria es fácil reconocer temas y motivos de autores tan variados como Tchaikovsky, Mahler, Wagner, Stravinsky y Richard Strauss, por nombrar a algunos) que sus seguidores perdonan como “homenajes” del compositor, sino además de lo más grave: que en la década pasada se había dormido en los laureles, limitándose a repetir un esquema musical tipo para determinadas situaciones en distintas películas. O sea, música tipo para escenas de riesgo y aventura, música tipo para escenas dramáticas o sensibles y música tipo para momentos de humor o parodia. Como ya lo hemos mencionado en este mismo sitio, este mal aqueja a muchos de los compositores que se han hecho famosos en los últimos años, desde el desaparecido Michael Kamen a gente como James Horner y Thomas Newman.
Afortunadamente, el alicaído, decepcionante y casi rutinario Williams de la segunda mitad de los 90, que hizo temer a muchos por un desgaste irreversible en su capacidad creadora, ha sufrido una verdadera “resurrección” en los últimos tres o cuatro años. Y en esto han sido claves no sólo los nuevos episodios de
La guerra de las galaxias y sus estimulantes colaboraciones recientes con Spielberg (
Inteligencia artificial,
Sentencia previa y especialmente la deliciosa y ligera
Atrápame si puedes, una prueba de la vitalidad y renovación que alguien tan asentado en la industria aún puede lucir), sino también las adaptaciones fílmicas de
Harry Potter, que con su mezcla de magia y aventura para niños ofrecían variadas oportunidades sonoras para un compositor inteligente y dotado. ¡Y vaya que Williams ha demostrado serlo!
Tras un comienzo aceptable e inofensivo en la primera entrega, que en verdad no dio ningún golpe a la cátedra, la música de Williams alcanzó momentos realmente notables en la secuela, y si bien esta tercera parte no la supera en calidad musical, de todos modos es una nueva demostración del buen momento por el que atraviesa el músico, que afortunadamente en esta ocasión también dirige la partitura. Esta a veces no puede evitar la autorreferencia: en temas que acompañan escenas de acción, peligro o suspenso, el autor recurre a cambios armónicos y opulentas sonoridades que recuerdan a momentos similares de algunos de sus clásicos, lo que se acentúa cuando utiliza efectivos coros como los que ha empleado en títulos como
La amenaza fantasma. De todos modos esos autohomenajes de Williams no molestan, mucho menos en el muy hermoso “Buckbeak’s flight”, que evoca a otras obras de referencia del autor, incluso al archiconocido vuelo en bicicleta de
ET.
Pero a pesar de esto Williams no ha perdido la capacidad de sorprender y cautivar. El entorno británico, la temática lúdica e infantil de las tres cintas de
Harry Potter le han permitido jugar con recursos musicales que en esta nueva secuela hacen mucho más patentes sus influencias de la tradición musical inglesa. Sí, porque a la larga los ecos de Vaughan Williams, Elgar e incluso Britten parecen bastante lógicos aquí, como en el bellísimo y melancólico “A window to the past”. Y el gran avance de este
Harry Potter y el prisionero de Azkabán son los coqueteos de Williams con la música antigua: ¿ejemplos? el acompañamiento instrumental del coro infantil “Double trouble” -aunque la línea coral es más reciente-, el simpático “The portrait gallery” o “Hagrid the professor”, una verdadera reinterpretación de la música de corte. Williams se muestra muy cómodo al utilizar instrumentos de época, aunque al final los que más se lucen son la más moderna celesta y la flauta, por momentos delicada y a ratos derechamente virtuosística (“Secrets of the castle”).
Al igual que en la película, en la música también hay una mayor presencia de oscuridad y misterio que en las dos anteriores, como en la tenebrosa “Apparition on the train”, y en ese aspecto es muy interesante cómo la tensión del tema “Saving Buckbeak” desemboca en un monocorde pero muy interesante clima de ansiedad. A pesar de eso, Williams sabe mostrarse muy juguetón y ligero en más de un momento, partiendo por el ya reconocible motivo de la saga, y de seguro el oyente se deleitará en especial con dos temas: el contagioso “Aunt Marge’s waltz”, en el que el compositor recicla y combina a los dos Strauss más famosos (Johann hijo y Richard) para terminar con un cierre digno de una obertura de Rossini como la de
La urraca ladrona; y el genial “The knight bus”, un desquiciado cóctel de sones jazzísticos que reitera el alocado clima de otro clásico de Williams, el tema “The cantina band” de
La guerra de las galaxias. En definitiva, para tener 72 años, en este disco agradable y con más de un hallazgo, el músico demuestra gozar de muy buena salud.
Joel Poblete M.
John Williams, “Harry Potter y el prisionero de Azkabán” (Harry Potter and the prisoner of Azkaban, 2004, Warner Music)
1. Lumos! (Hedwig’s theme), 2. Aunt Marge’s waltz, 3. The knight bus, 4. Apparition on the train, 5. Double trouble, 6. Buckbeak’s flight, 7. A window to the past, 8. The whomping willow and the snowball fight, 9. Secrets of the castle, 10. The portrait gallery, 11. Hagrid the professor, 12. Monster books and Boggarts!, 13. Quidditch, third year, 14. Lupin’s transformation and chasing Scabbers, 15. The Patronus light, 16. The werewolf scene, 17. Saving Buckbeak, 18. Forward to time past, 19. The dementors converge, 20. Finale, 21 Mischief managed!
Duración: 68:36
Música compuesta, producida y conducida por John Williams. Orquesta no identificada, con el coro London Voices y el coro de niños The London Oratory School Schola. Instrumentos antiguos de The Dufay Collective. |