Si los lectores de Ortega y Gasset somos nosotros y nuestras circunstancias, pues Beyoncé es ella y dos agregados inseparables de su identidad: su belleza y su equipo de productores. Cantantes R&B las ha habido y las habrá mejores que la Knowles, integrante discreta del trío Destiny’s Child hasta que un álbum solista (
Dangerously in love) le abrió hace tres años los ojos sobre la ventaja comparativa que podía llegar a tener sobre todas sus competidoras si se asumía como la gacela que es y dejaba que su novio tomara las decisiones artísticas por ella. Bendita ella que tiene por piernas unos mástiles y por novio a un genio: Jay-Z.
Ya ese álbum develaba la contradicción vital de una mujer de gustos convencionales convertida en una suerte de conejillo de indias para la vanguardia pop. Junto al apabullante “Crazy in love” se acomodaba el tipo de baladas R&B que jamás han tenido mucho éxito fuera de Estados Unidos porque responden a una concepción estética típicamente anglófila: cursi y demasiado suave para quienes aprendimos del amor a través del bolero. Es bien evidente que a Beyoncé no le desagradaría en lo absoluto que se la comparara con gente tan odiosa como Tony Braxton. Ha habido más almíbar del necesario en todos sus discos, y aquí también chorrea en temas como “Resentment” o la canción escondida al final de “Check on it”.
Sin embargo, la joven también comprende que su canto es más dotado que su capacidad de conceptualización, y deja que sea su equipo de asesores quienes le digan cómo desplegar en plenitud de condiciones su voz versátil, fresca, convincente. El gabinete de Beyoncé ha privilegiado esta vez una construcción en la que domina el pulso agitado y que la obliga a acomodarse varias veces en el rap. Tanto así que en “Get me bodied” casi no se escuchan más que aplausos y voces convertidas en cajas de ritmo. “Check on it” es otro tema de pulso entrecortado, al que Beyoncé se adapta con inusual elegancia.
El otro extremo —el extremo neo-soul, digamos— lo dan dos temas maravillosos: “Sugar mama” (Tina Turner babeará de orgullo cuando lo escuche) e “Irrepleacable”, este último lo más parecido que hay en
B’day a una canción pop y que será un éxito apenas se cuele a radios. Como ante toda gran canción, sería poco elegante ponerse a buscar adjetivos para describirlas. Sólo escúchenlas apenas puedan.
Al lado de asesorías de The Neptunes, el dúo noruego Stargate o Rodney Jerkins, Jay-Z es una presencia poderosa pero no protagónica. La pareja afroamericana más admirada del momento hace dúos estupendos en “Déjà vu” y “Upgrade U”; dos temas, sin embargo, lejos de la gloria que ellos mismos compartieron en “Crazy in love”. En ese sentido, este disco sea quizás el resultado de una opción por repartir el talento de un modo más homogéneo, sin singles necesariamente apabullantes, pero un tono general de innegable brillo. Que todos escuchen: los hombres con los ojos bien abiertos ante la belleza de esta mujer de ensueño y las mujeres con la envidia bajo control: hoy por hoy, y a sus 25 años, Beyoncé es el tipo de congéner que las tiene todas.
Cristina Hynde
Beyoncé "B’day" (2006, Sony).
1. Déjà vu, 2. Get me bodied, 3. Suga mama, 4. Upgrade U, 5. Ring the alarm, 6. Kitty Kat, 7. Freakum dress, 8. Green light, 9. Irreplaceable, 10. Resentment.
Producción: Rodney Jerkins, Rich Harrison, The Neptunes, Swizz Beatz, Jay-Z y Beyoncé.
www.beyonceonline.com |