Thom Yorke nos ha parecido siempre un sujeto adorable, y nuestra predisposición a recibir con calidez su debut solista lo pone en una inconsciente ventaja de, por ejemplo, lo nuevo que tiene que ofrecernos Maná. Su trabajo de más de quince años junto a Radiohead, su sobrio compromiso con causas políticas y su llana lucidez en las entrevistas harían un privilegio tenerlo alguna vez al frente para protegerlo de lo que parece sentir como un mundo duro hacia su evidente fragilidad de artista. Algunos consideran al cantante de Radiohead como un individuo puramente autoflagelante, y el mejor modo de desmentirlo es
The eraser, un disco demasiado vivo e imaginativo para salir de una mente copada por la depresión. En su sutil experimentación electrónica, es probable que contenga lo que hoy pueda comprenderse por un sonido propiamente “contemporáneo”, sin el factor “retro” a la vista.
No es el primer disco solista de un Radiohead. Hace tres años, el guitarrista (multiinstrumentista, en rigor) Jonny Greenwood publicó el extraño álbum instrumental
Bodysong. Pero
The eraser es por lejos el más afín a la línea de vanguardia que ha venido trabajando el grupo de Oxford desde más o menos principios de la década. Es un disco que se parece a las colaboraciones previas de Yorke con U.N.K.L.E., por ejemplo, y que lo sitúa más cerca de lo último de Björk que de cualquier trabajo de un cantautor tipo Morrissey. Es música que no puede escucharse distraídamente, pues está llena de detalles tímbricos y es fruto de un esfuerzo hermoso por tomarse en serio eso que tantos músicos electrónicos hoy dejan pasar: la creación de atmósferas con un cierto sentido, que, en este caso, adivinamos es el de transmitir la tensión con la que venimos conviviendo los habitantes de las grandes urbes. El verso que abre el disco es la frase que en este mundo duro uno ha aprendido a mantener a mano, por si acaso: “
Discúlpame, pero debo preguntarte: / ¿Estás siendo amable sólo porque quieres algo”.
En la discografía de Radiohead, un tema como “Idioteque” (el del precioso video del oso sobre la nieve) resultó significativo como marca de ese extraño rock de espíritu hip-hop (pulsos entrecortados, melodía apenas sugerida, descanso casi completo en las máquinas) con que el grupo dejaba atrás su pasado cancionero. El camino desde ahí se les hizo, a muchos auditores, pesado; y no es insultante calificar ciertos pasajes de álbumes como
Kid A o
Amnesiac como “demasiado extraños”. A su lado
The eraser es la amabilidad, el punto medio entre ese afán experimental (que, coherentemente, también aquí comanda el productor Nigel Godrich) y la síntesis sabia del arte popular, que Yorke sigue comprendiendo con inteligencia, y al que su suave voz de hombre confundido apoya estupendamente. “
No me importa qué depare el futuro / si ni siquiera estoy al día”, canta en un momento. Son el tipo de frases de un liderazgo nuevo, tan diferente al de, por ejemplo, Bono. Thom Yorke no puede cantar sobre cómo debemos vivir, porque él mismo pisa en terreno incierto. Y en esa fragilidad descansa ahora lo más adorable de su música inquieta y curiosa; además, probablemente, de una certera seña de los tiempos.
Cristina Hynde
Thom Yorke, “The eraser” (2006, XL)
1. The eraser, 2. Analyse, 3. The clock, 4. Black swan, 5. Skip divided, 6. Atoms for peace, 7. And it rained all night, 8. Harrowdown hill, 9. Cymbal rush.
Invitados: Jonny Greenwood (piano).
Producción: Nigel Godrich.
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