“Mi primer disco despachó 35 ejemplares; el segundo, cien. Años después llegarían a disco de oro, pero, al inicio, mi trabajo como médico subvencionó mi vocación de artista: para sacar esos discos debí invertir unos tres mil dólares, dinero que ganaba poniendo inyecciones”.
La historia profesional de Jorge Drexler carga datos ideales para una biografía con disposición de novela. Un estudiante de medicina de Montevideo que no tenía por dónde terminar viviendo de la música se ha convertido con los años en el cantautor más famoso de la historia de Uruguay, si bien sus primeros álbumes esperan en el limbo del misterio el furor concentrado recién a partir de su álbum
Eco (2004) y del inesperado Óscar como Mejor Canción que hace veinte meses le regaló su involucramiento en
Diarios de motocicleta. Al lado de trovadores internacionales más “simpáticos” y con cuenta de clientes en el Liguria (léase Kevin Johansen), Drexler sigue siendo en Chile un nombre marginal que ya es hora de que adopte el cetro merecido. Es imposible determinar si es o no el mejor cantautor en español en actividad, pero vaya qué predecibles parecen de pronto Calamaro, Sabina y Páez cuando se le conoce.
Como todo trovador digno de considerarse, Drexler abre puentes en dos niveles: el temático y el sonoro. En este último, su apuesta integra un uso sobrio de la tecnología, que apoya con scratches, secuencias, samplers y efectos de voz la matriz dominante del canto sobre guitarra. La presentación del uruguayo en el Teatro Oriente de Santiago, hace dos años, fue con él en una silla y el DJ Luciano Supervielle (Bajofondo Tango Club) a un lado. La sociedad vuelve a encontrarse en este álbum.
En lo temático es donde Drexler guarda más posibilidades de hacerse entrañable, pues no pretende atenuar su apego al cuidado en la composición de letras, o, como ha dicho en entrevistas, “la condena de ser incapaz de escribir sobre cosas que no me conmuevan”. Discos suyos previos fueron efectivamente inquietantes al hablar de inmigrantes, violencia en el Medio Oriente, erotismo o raíces culturales; pero a Drexler hoy le toca llorar y el golpe se potencia. Está entre estos versos la historia real de un divorcio y la confusión agobiadora de una pena que coincide con el “éxito”, y que por ello debe vivirse entre hoteles, aeropuertos e insomnios por
jet-lag. “
¿En qué hotel, de qué ciudad / en el que ahora me desvelo / me estoy sintiendo lejos / de qué casa / a cuántas horas de aquí de vuelo?”, pregunta al final de “Hermana duda”. En el librito adjunto, cada título lleva cifrado el lugar y fecha de su composición.
En todo ser humano pensante (por desgracia, no hay redundancia en el concepto), existe un punto de inflexión biográfico cuando se descubre que deberá uno a aprender a vivir en claroscuro. Tarde o temprano se dará uno cuenta de que, como indica un título de este disco, “la vida es más compleja de lo que parece”. Si no lo sabía antes, no hay duda que ahora Drexler lo ha descubierto a golpes: “
Quién no lo sepa ya / lo aprenderá de prisa / la vida no para / no espera, no avisa / Tantos planes, tantos planes / vueltos espuma”, advierte en “Inoportuna”. Y si esa canción deja al auditor inperturbable, que se ponga bajo la prueba de “Soledad”, composición cantada a dúo con la brasileña Maria Rita y que debiese memorizar todo adicto al falso optimismo esotérico en boga: “
Ya he dejado que se empañe / la ilusión de que vivir es indoloro / Qué raro que seas tú / quien me acompañe, Soledad”. Si no duele, no sirve.
Como el uruguayo es un compositor inteligente, sortea con gracia la valla de un disco que podría haber sido puro autoflagelo. Pese a que el tono general del álbum es innegablemente sombrío, su agudeza permite insertar también los sentimientos de frágil optimismo que genera una relación que comienza (“Quien quiera que seas”, probablemente dedicada a su nueva novia, la actriz española Leonor Watling) o lo cómico que puede ser reparar en que, al final, nuestros pulsos más dramáticos son vulgares, básicos y húmedos. “El otro engranaje” dejaría feliz a Sigmund Freud: según Drexler, bajo todo lo que parece interesante, productivo y glamoroso, “clara, evidente, manda la líbido”.
Hay en el disco dos covers, uno muy drexleriano (“High & Dry” de Radiohead, nada menos) otro inesperado: “Disneylandia”, de los brasileros Titâs. Hay también más canciones con citas que merecen apropiarse (“Sanar” es la más elegante canción de autoayuda que recordemos desde “I will survive”) y hay pliegues que se van descubriendo de a poco, como en todos los discos que valen la pena y sobre los cuales es mejor limitar la descripción.
Cristina Hynde
Jorge Drexler "12 segundos de oscuridad " (2006, Warner).
1. 12 segundos de oscuridad, 2. La vida es más compleja de lo que parece, 3. Transoceánica, 4. Disneylandia, 5. El otro engranaje, 6. High and dry, 7. La infidelidad en la era informática, 8. Hermana duda, 9. Inoportuna, 10. Quienquiera que seas, 11. Soledad, 12. Sanar.
Músicos: Jorge Drexler (voz, guitarras, dobro, programación), Juan Campodónico, Luciano Supervielle, Nacho Benedetti, Borja Barrueta, Javier Casalla, Cabriel Casacuberta, Huma, César Araque.
Invitados: Maria Rita, Paulinho Moska, Leonor Watling, Kevin Johansen, Arnaldo Antunes.
Producción: Juan Campodónico.
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