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Colore ma vie

El cancionista sigue ahí, como buen trabajador de la clase media que es. Si Gainsbourg era un pandillero, Aznavour es el yerno perfecto.

28 de Agosto de 2007 | 16:46 |
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"A mí me gusta el trabajo porque si no trabajo me muero de aburrimiento. Y como no me gusta la muerte, trabajo". Fue Shahnour Varenagh Aznavourian, el armenio original, el que dijo esto. O sea el francés definitivo Charles Aznavour, y tiene razón. No sólo es el más grande cancionista francés de la era moderna, sino que se encarga de confirmarlo hasta el día de hoy, con un micrófono adelante y 83 años detrás. Y a decir por la interpretación que ha puesto en las canciones de Colore ma vie, su última placa, la vida podría serle demasiado corta para tanto hilo de voz.

El vigor de sus herramientas vocales es sorprendente aquí, pero eso ni siquiera es todo lo que llama la atención. Aznavour es una figura sobre el estrado y bajo las luces, la imagen masculina de la chanson en vivo y directo. Para Colore ma vie sigue el ejercitando el hábito que se vislumbró ya desde sus primeros álbumes. Aznavour no sólo es intérprete. Es autor y es compositor. Un cantautor de lujo. Y en este álbum el chansonnier imprimió toques latinos a sus canciones, recordando el exotismo que provocó en París la llegada del mambo, la rumba y el chachachá a mediados de los años ’50, su década maestra. Para eso viajó de París a La Habana y se puso a la orden del pianista cubano de jazz latino y música afrocaribeña Chucho Valdés, que también es el realizador más importante de la isla actualmente.


Colore ma vie es un contraste de música colorida y tono sepia. Sus canciones brillan rítmica y melódicamente, aunque la mirada de Aznavour en todo su set gráfico corresponde a la de un hombre que detiene el paso y mira su entorno para sacar conclusiones. "La terre meurt" tiene un poco esa contradicción encima, con un chachachá rígido y coritos pop a go. Un recuento de las calamidades de la destrucción del planeta y de la destrucción de las vidas de las personas a mano de las ambiciones del libre mercado.


Pero Aznavour se divierte igual con un ritmo de tango ("Moi, je vis en banlieue"), una canción mariachi ("J'Abdiquerai"), un pieza salsera ("Sans importance"), otra sonera ("Oui"), una estupenda big band swing ("Colore ma vie"). Aznavour va y viene con una soltura impresionante, bebe un ron en un bar de la ciudad vieja y lo logra nuevamente al provocar aquello que siempre es difícil de explicar: que prácticamente todo lo que se escuche en francés sea una delicia. Ochenta y tres años y nada que discutir. Aznavour sigue ahí, como buen trabajador de la clase media. A diferencia del otro cancionista francés famoso, Gainsbourg, el pandillero, Aznavour es el yerno perfecto.

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