Los discos tributo tuvieron su época de gloria. Fue a mediados de los ‘90, tiempos en que comenzaron a reproducirse como enredaderas por las estanterías de las tiendas (por entonces también se usaba el comprar discos).
De este modo, vieron la luz placas como Encomium (1995), el álbum con que figuras como 4 Non Blondes, Stone Temple Pilots, Duran Duran, Blind Melon y hasta Maná homenajearon a Led Zeppelin. De él saldría también un difundido single, con la versión de Sheryl Crow para "D'yer maker".
El rock más duro también tendría los suyos. Nombres potentes de esa esfera como Megadeth, White Zombie, Biohazard, Sepultura, Faith No More y Bruce Dickinson figuraron en el homenaje discográfico a Black Sabbath (Nativity in black, 1994).
Sin embargo, el impulso tributador no se extendería por mucho más, algo que se manifestó en la disminución de los discos con la fórmula y en la ausencia de nombres fuertes en éstos. De este modo, figuras tan trascendentes como Depeche Mode debieron conformarse con un homenaje (For the masses, 1998) a cargo de artistas cuya universalidad no estaba ni cerca de los primeros tributadores. Las nuevas versiones fueron realizadas por bandas como Apollo Four Forty, Locust, Hooverphonic y Meat Beat Manifesto.
Tal vez por eso es que Make some noise aparece hoy con un valor de entrada, y que es simplemente el de volver a juntar a figuras mundiales en un disco del tipo. Una verdadera selección de 28 nombres, entre los que figuran U2, Aerosmith, Christina Aguilera, Green Day y Black Eyed Peas, por nombrar sólo unos pocos.
Las razones para tamaña reunión no son tan difíciles de encontrar: primero, el homenajeado es nada menos que John Lennon; luego, el convocante es Amnistía Internacional; y, por último, la causa está en ir en ayuda de los afectados por la tragedia de Darfur, en Sudán.
El resultado es un disco doble, en el que se aprecia el orden habitual de este tipo de producciones. Así, pueden escucharse los que prácticamente repiten la canción original; los que introducen cambios sutiles, pero significativos; y los que se inclinan por una versión libre.
La diferencia queda en especial evidencia en los temas que se repiten. Uno de ellos es "Imagine", verdadero riesgo que en el primer disco corre Avril Lavigne. La canadiense ofrece una simple reproducción de la original, pero, como es de suponer, carente de la emoción de ésta. No ocurre lo mismo con la versión a cargo de Jack Johnson, quien cambió el piano por una sutil guitarra, que sumada a una voz grave otorgan nueva profundidad a tan célebre tema.
También en la categoría "cambios sutiles, pero significativos" destaca Youssou N'Dour, quien se hizo cargo de "Jealous guy". El senegalés incorporó los sabores de sus orígenes a través de percusiones y (exceptuando el coro) del canto en wolof, el idioma oficial de su país, que deja a la versión como una de las más conmovedoras.
La tercera categoría ("versión libre") encuentra puntos altos en el dark tecnologizado de The Cure para "Love", o en la versión cachonda que Lenny Kravitz hizo para "Cold turkey".
Sin embargo es Aerosmith el que más lejos llegó en esta aventura, al llevar a claves de reggae blanco el himno "Give peace a chance". Una versión fresca, desprovista de toda solemnidad, que llama más al baile que a levantar los brazos, y en el que la banda de Steven Tyler se hizo acompañar por el grupo de ex refugiados de Sierra Leona, Sierra Leone's Refugee All Stars.
Temas de un disco que, en simple acuerdo con la lógica del formato, no puede más que tener altos y bajos, pero que incluso así ofrece un tributo como los de la época en que todavía se compraban discos. Y amparados en una causa por la cual un disco se merece comprar.