Caetano es provocador. En Brasil ciertos blogs lo detruyeron por opinar sobre cualquier cosa. A Chile volvió para rockear a la manera tropicalista.
Álex MorenoVeintiuna horas y veinte minutos. El Teatro Caupolicán repleto y la imagen parece la de un padre hambriento de aprender los trucos rockeros de sus hijos: es Caetano Veloso abriendo los fuegos con "Outro" y secundado por un power trío que integran el guitarrista Pedro Sá, el baterista Marcelo Callado y el bajista Ricardo Dias Gomes. Todos músicos menores de 30 años.
La instantánea sabe extraña. Veloso viste chaqueta y jeans desgastados, y unas coloridas zapatillas. En el curso del show, la escena adquiere coherencia: el artista que hace 40 años hermanó a Brasil con el rock de cuna anglo ahora despliega el tributo más extremo a su propia historia, encarnado en su último álbum, Ce.
Por momentos, el brasileño parece escapado de un disco de The Velvet Underground, extendiendo riffs, gozando de la distorsión, tocando de espaldas al público y repitiendo técnicas como el feedback. Ahora es él quien lleva la batuta y, a través de temas como "Minhas lágrimas" y "Rocks", crea densos ambientes sonoros de cuidada belleza y elegancia.
Rock a lo Caetano. Un golpe a la tradición que asusta a los más puristas, pero que finalmente sabe fresco, digno y vigente. Para ellos, el propio músico lanza una advertencia a mitad del concierto: "Estoy acostumbrado a hacer enojar a muchos". Después de todo, de eso siempre se trató el tropicalismo: modernidad al servicio de la tradición.