Casi nunca son estimulantes los "discos de regreso" –toda una nueva categoría de mercadeo pop en la cual Soda Stereo acaba de apuntarse un punto al descaro con un compilado de recocidos–, pero es un gusto hacer una excepción con algo que venga de Crowded House. La banda neozelandesa pasará probablemente a la historia como uno de los ejemplos emblemáticos de que no siempre se llega a la cumbre a puro talento. Siempre mereció más exposición la imparable capacidad melódica de Neil Finn –el músico en actividad más parecido a Paul McCartney–; la medida de sus arreglos, a la vez sobrios y energizantes; la finura de letras evocadoras sobre lo único que importa, los afectos. No deja de ser injusto que tanta virtud haya quedado universalmente condensada en apenas el hit radial de "Don't dream it's over".
El primer álbum del grupo en catorce años sucede a lo que parecían ser caminos paralelos definitivos para sus integrantes. Sobre todo, porque Neil Finn se ocupó en dos carreras paralelas (como solista y en un muy recomendable disco del dúo Finn Brothers). Pero es la triste historia del baterista Paul Hester la que en gran parte explica la decisión del regreso. Su suicidio, hace dos años, inspira lo que muchas veces parece un disco de tributo a su memoria, tanto por la tristeza de algunas melodías como por las letras de canciones que dicen cosas como "En el parque Regents te velaré" o "No basta con pensar en voz alta / que podría haber hecho algo".
Pese al escape esporádico de canciones con un gancho rítmico innegable (sobre todo "Even a child", que se enciende gracias a la bendita guitarra invitada de Johnny Marr), Time on earth es un disco de baladas, de clima triste y que hubiese acompañado estupendamente nuestro reciente invierno. Pero no es tarde para dar con él y dejar que su tristeza intrínseca nos consuele: estas canciones apesadumbradas al menos han servido para reunir un rato más a un grupo maravilloso.