Había varios argumentos para confiar en este disco como algo más serio que un simple álbum de regreso. Estaba la firmeza con la cual los Stooges se negaron durante años a venir a cobrarles a los hijos del punk su debido crédito de inspiradores; la estimulante discografía solista que Iggy Pop se las arregló para mantener tras la disolución de la banda; el involucramiento como ingeniero de otro padrino punk, Steve Albini; y, por cierto, el brillo que sigue saliendo de los parlantes cada vez que uno decide someterse a la antigua música de los Stooges. Hay bandas que justifican por sí solas la existencia de algo tan maravilloso como Youtube.com, y he aquí una de ellas: la locura, la fuerza en vivo y la ruidosa inteligencia del cuarteto de Ann Arbor, Michigan, se toman el computador completo cuando se atisban sus antiguos videos, que son los de la meseta previa a la cumbre posterior del punk inglés.
El baterista Scott Asheton persiguió durante al menos diez años a Iggy Pop para concretar una reformulación de los Stooges. La respuesta, una y otra vez, fue negativa. No quería volver atrás ni tampoco estaba dispuesto a hacerle nada a la que consideraba una estupenda banda, explicó el cantante en entrevistas. Algo cambió el año pasado, y este disco sólo confirma que las aprehensiones de Pop eran justificadas. De los antiguos Stooges, The weirdness sólo reproduce el ruido, pero es incapaz de repetir la dirección, la síntesis y el espíritu de agobio que hizo tan especiales a Fun house (1970) o Raw power (1973).
En la medida que el llamado garage, primero, y el punk, después, fue música de explosiones fugaces, su espíritu mismo queda distorsionado si se pretende reproducir ese fulgor en otro tiempo y lugar. Nadie diseñó el punk —por mucho que así se lo atribuya Malcolm McLaren—, y cualquier disco punk diseñado es un despropósito. The weirdness avanza con pesadez y hasta tedio. El antiguo pulso vital de la base rítmica es hoy sólo apoyo; mientras que el delirio del joven Iggy Pop no puede sino ser hoy la queja de un hombre mayor (sus músculos abdominales son admirables, pero eso no le quita de encima los años) que suena hasta simpático cuando alega contra los avaros o las chicas que le quitan su dinero. Si los Stooges fueran otro de esos grupos de los '70 llenos de álbumes inútiles encima, quizás este regreso no sería tan lamentable. Desgraciadamente, ensucia lo que hasta ahora era una trilogía perfecta y suficiente. Por primera vez, la mesa ha quedado coja con una cuarta pata.
—Cristina Hynde