Pil ya no luce la larga cabellera escarmenada de hace 20 años. No lo persiguen tras los recitales. Tampoco aparece en las fotografías con un aspecto que preocuparía a cualquier señora que se lo cruce en la vereda. Pil ahora tiene arrugas, un hablar más pausado, usa un sencillo vestuario negro y ni siquiera se llama igual que hace dos décadas. Hoy prefiere simplemente presentarse por su apellido de origen (Chalar) y no por uno de ficción que utilizó durante años (Trafa).
Sin embargo, la ocupación que tenía entonces es la misma que hoy ejerce. Pil Chalar es el líder y referente del grupo punk argentino Los Violadores, los mismos que en la década de los '80 ubicaran el tema "Uno, dos, ultraviolento" como uno de los principales éxitos del rock latino de la época. De los de aquellos años, es el único que se mantiene en el lugar. Sus compañeros de entonces siguieron otros rumbos.
Visto así, el panorama no invita a esperar demasiado de Bajo un sol feliz, el disco que la banda editara en 2006 en Argentina y este año en Chile. Pero, tal vez sea el mismo factor el que también permite entregarse a la sorpresa de un álbum de pasajes potentes, en medio de la sencillez musical que el estilo transformó en máxima. Eso sería, y con eso parece suficiente. Aquí no hay descubrimientos, como tampoco los hay en el punk prácticamente desde su fundación, en los garages norteamericanos de los '70. Desde entonces a la fecha, escasos puntos de inflexión se han registrado, uno de ellos en los '90, con la inclusión de elementos pop y el consecuente arraigo del estilo en radios de vocación masiva y adolescente, una bandera que en América Latina bien han llevado los Attaque 77 —por mucho que ello moleste a los miembros más radicales de la comunidad—.
Algo de eso recoge el sonido actual de Chalar y compañía, sin abandonar el gen combativo que cultivaran en sus inicios. Una tarea que parece cuesta arriba, en tiempos en que versos como "sin milicos en la esquina es más fácil para mí" ya no pueden ser escritos. Sin embargo, la banda no aparenta vivir de la nostalgia. A diferencia de varios colegas de entonces activos hoy en día, Los Violadores no insisten en continuar viendo uniformes donde ya no los hay (otra cosa es seguir llenando recintos gracias a "Uno, dos, ultraviolento"). De este modo, las canciones de Bajo un sol feliz se inspiran en el actual orden de cosas, venga de donde venga.
Los políticos corruptos de "Bajo un sol feliz"; las mitificaciones de la modernidad de "Mentiras"; la declaración de principios y de vigencia de "Combate"; o, por qué no, el acelerado despecho punk de "Zombie". Canciones de pulso consistente que pueden invitar tanto a levantar el puño como al baile desprejuiciado, para lo que basta una fórmula más que conocida, pero que aún funciona: un riff identificable y sencillo, un coro colectivo y convocante, y un mensaje al hueso, sin dobles lecturas.
Son los puntos más altos de un disco que decae cuando no es capaz de dar en el tono con estos cuasi-imperecederos principios, como en el corto alcance y la baja de revoluciones de "Una historia de dos ciudades". Algo a lo que también puede sumarse una crítica que en momentos se vuelve algo totalitaria —la mayor trampa que arriesga un género que en su esencia condena las reglas y cánones—, como en el odio parido a la cultura electrónica de "Noche de rave".
De todos modos, éste es un álbum con las buenas nuevas de un grupo que cada tanto nos visita gracias al buen negocio de la nostalgia. Seguramente, la próxima vez los anuncios volverán a destacar el título de "Uno, dos, ultraviolento" junto al nombre de la banda, pero sepan que la espera hasta ese tema será también bastante encendida.