SANTIAGO.- El escritor chileno Hernán Rivera Letelier anunció a dpa que concluyó su última novela, la que a su juicio es la mejor que ha escrito sobre los mineros, putas y "fantasistas" que reverdecieron con sus historias el desierto más inhóspito del mundo.
En ella, el autor vuelve a hendir su pluma en la boda entre cielo e infierno que atraviesa las vidas de los hombres y mujeres que construyeron sus sueños en un paraje que clamaba un diluvio.
Hijo de esa cultura, y de sus supersticiones, Rivera Letelier aclara que prefiere no adelantar más sobre su texto, para no tentar las sombras del destino. "Es una historia sobre la pampa", resume mordaz.
Sobre lo mismo, admite que es difícil para un escritor reinventar tantas veces su mundo, aunque en él estén todos los tópicos y muertes que requiere un artista.
"Llevo nueve novelas escritas, donde el paisaje y la atmósfera son la misma, donde los personajes saltan entre libros. Cada vez es más difícil no copiarme a mí mismo, pero lo resolví pensando que estoy haciendo un solo libro, el libro de la pampa", dice.
Por ello, sostiene que los temas de la identidad y la memoria cruzan su conciencia autoral. "Me estoy convirtiendo en el cronista de la pampa", sostiene a dpa.
Además recuerda que sus amigos lo creían loco por retomar un tópico criollista, supuestamente acabado, que para algunos escritores chilenos era símbolo de la premodernidad.
"De alguna manera, la pampa me eligió para rescatar su historia, para captar su inmensidad", agrega.
Y en ese viaje, considera que el personaje clave fue la Reina Isabel, "la prostituta heroica de mi primera novela ("La Reina Isabel Cantaba Rancheras")".
Pero a su juicio ese rescate de la memoria de su tierra está íntimamente ligado a la defensa de la forma.
Como Susan Sontag, Rivera Letelier plantea una opción por la belleza en la literatura. "Sin forma no hay arte", sintetiza, marcando diferencias con los autores que privilegian sólo lo literario.
En ese marco, cuenta que el gran desafío que enfrentó como creador fue encontrar un estilo universal, "porque las historias estaban".
De hecho, comenta que en países como Alemania, Italia, Francia o España le dijeron que sus libros eran leídos no tanto por lo insólito de sus personajes o paisajes, "si no por el cómo los muestro".
No obstante, puntualiza que la belleza no podrá jamás eclipsar el fondo de las historias que se inscrustran a picotazos en las cabezas de los escritores.
"Alguna vez pensé escribir una novela rosa sobre la pampa, pero resultó ’Fatamorgana de amor y una banda de musica’, que tiene también épica", ejemplifica.
Sobre lo mismo, remarca que "Santa María de las Flores Negras", su última publicación, es la narración de una masacre real de millares de obreros que pedían mejoras salariales, que a su juicio sólo podía ser contada desde la belleza del arte.
Agrega, empero, que esa opción no implica una distancia con los problemas sociales que cruzan su obra. "Yo estuve en huelga, yo estuve en marchas y sé que en esas circunstancias florece el amor y la amistad", defiende.
"Estábamos en el desierto más inhóspito del mundo, pero también teníamos días alegres", insiste, antes de despedirse y salir de copas de nuevo con los personajes que lo acompañan desde los días en que crecía en la oficina salitrera de Algorta en Chile, aún antes que decidiera viajar errante por el sur americano, en busca de una historia.