El actor y realizador francés Jacques Tati, en su papel de Monsieur Hulot.
El Mercurio
PARÍS.- Da igual si recorre la Bretaña como turista en un vehículo destartalado o si cambia un neumático: Monsieur Hulot dejaba rastros de devastación allá por donde pasara. Con el comiquísimo y despistado Hulot, el director francés Jacques Tati creó una figura de culto, encarnada por él mismo, que hizo reír a cientos de miles de espectadores.
Sus películas son como fuegos de artificio de bromas absurdas y comicidad burlesca. Tati, de cuya muerte se cumplen hoy 25 años, fue uno de los mayores genios cómicos del cine francés. La prensa lo llamaba el "Charles Chaplin francés" y lo comparaba con directores como Max Linder y René Clair. Y la leyenda de la comedia estadounidense Buster Keaton (1895-1966) dijo: "Tati empezó allí donde yo lo dejé".
Tati era un perfeccionista de la situación cómica, del gag visual, porque el talentoso actor no necesitaba de diálogos. Sus papeles -los más conocidos fueron el cartero de pueblo encantado con Estados Unidos Franois y Monsieur Hulot- convirtieron al actor, que interpretaba lleno de ironía, pero también compasión, a tipos extravagantes, egocéntricos, bonachones, ingenuos e inconformistas, en una leyenda ya en vida.
Así, el hijo de un enmarcador de cuadros de origen ruso logró el éxito internacional con la sátira "Las vacaciones del señor Hulot" ("Les vacances de Monsieur Hulot", 1951).
Sólo pocos años después, retomó al personaje y en "Mi tío" ("Mon oncle") lo convirtió en una especie de caballero moderno de triste figura que lucha contra los molinos de viento de un mundo sobrecivilizado. En esa película, por la que ganó el Oscar en 1959, interpretó a un hombre que no se adapta al mundo industrial y no consigue dominar la técnica.
Un tema que también tocó en "Día de fiesta" ("Jour de fete", 1949), una película que muestra las consecuencias catastróficas del progreso y la racionalización en un pueblo pequeño. La cinta, que también critica la "americanización" de la vida, se centra en el cartero Franois.
Pero Tati no sólo fue un cómico, sino también un visionario. Porque sus películas diseccionan, a veces de forma pícara, otras amarga, el vertiginoso desarrollo del mundo moderno. Fue un pionero en eso de burlarse de la fe ciega en el progreso y del absurdo de vivir en torres de apartamentos. También advirtió de la mar de coches y de la automatización de la vida cotidiana.
La sátira "Playtime", hoy considerada una obra maestra, es una película sobre el absurdo de las nuevas ciudades. Cuando se estrenó en 1968 apenas tuvo repercusión en el público. En aquel entonces la calidad de vida aún no era un tema a debate.
El director y actor, que murió en las cercanías de París poco después de su 75 cumpleaños -que había celebrado el 9 de octubre de 1982-, sigue siendo totalmente actual.
Directores como Christoph Marthaler y Frank Castorf retoman la crítica de Tati a la locura del mundo moderno cuando en sus puestas en escena la técnica determina la vida de las personas bajo una avalancha de carteles publicitarios e imágenes de video.