Todas las estrellas están ahí en la cubierta de este álbum como si fuera el anuncio a plana completa en las páginas de espectáculos del viejo Mercurio de Valparaíso. Son estrellas de la canción popular y por eso sus retratos aparecen sobre unas estrellas de papel. Una para cada uno: Carmen Corena, Manuel Fuentealba, Pollito González, Luis Barrera, Peter Álvarez. Y todas además lucen esas gafas de marco grueso tipo años '50 que es la marca irrenunciable del que aquí, a pesar de ser prácticamente un músico de la sesión, es el maestro de ceremonias de Otra noche en el Cinzano, Roberto Titae Lindl.
Eso ocurre abajo, en el plan de Valparaíso, mientras en los cerros otra avanzada de maestros de la cueca orillera aviva la noche en la rueda de canciones en un lugar conocido como La Isla de la Fantasía. En el Cinzano, a pocos metros de la Plaza Aníbal Pinto de Valparaíso y a algunos metros más de la orilla, se pueden escuchar también algunas cuecas, como "Marinero" de Segundo Zamora, pero lo que predomina siempre, igual que en esta sinopsis de curdas y noches pasadas para la punta, es el bolero, el tango, el vals, el foxtrot: la canción popular tradicional. O sea, el pop de la era pre Nueva Ola.
Un acordeón en manos de Luis Barrera sirve para entonar otra canción tan querida por el puerto como ese himno que es "La joya del Pacífico" y que aquí no aparece porque apareció en Una noche en el Cinzano (2002), el primero de estos volúmenes. La canción se llama "Himno del Santiago Wanderers", todo un emblema que sonó con mucha fuerza en 2001, cuando el equipo obtuvo su último campeonato nacional. Hoy está peleando por no descender (qué diablos, así es el fútbol chileno: irregular). Pero la fiesta porteña está hecha, supera los resultados futbolísticos y no va a detenerse. La segunda de las noches de canciones de este bar porteño referencial vuelve a ser organizada por el bajista de Los Tres. Es un disco alegre y extenso, por eso funcionó muy bien durante las tardes de esparcimiento del último Dieciocho de Septiembre, el más largo que se tenga recuerdo. Fue banda sonora de borrachera y baile, porque del gran todo tiene muchísimos pocos.
Los valses destacan en la sesión. El vals limeño siempre ha tenido mucha más gracia que el vals vienés. Llegó por la orilla del Pacífico rápidamente hasta el máximo puerto de esta costa oeste y se quedó ahí para siempre. La señora Carmen Corena, la única mujer entre las estrellas masculinas, sale al frente y pone el pecho a las balas con el vals eléctrico “Valparaíso” (de Gitano Rodríguez) y luego relaja la vena y disfruta con “La flor de la canela” (de Chabuca Granda). Los tangos lea siguen de cerca. Son abundantes: “Volver”, “Por una cabeza”, “Cuesta abajo”, “Como dos extraños” o “El día que me quieras”. Son las canciones del Cinzano.
Mientras tanto, otras canciones hacen eco de repertorios que envejecen con el paso del calendario y al mismo tiempo rejuvenecen en estas interpretaciones: una balada como “La distancia” (de Roberto Carlos), un foxtrot ágil como “Rubias de Nueva York” ( de Gardel y Lepera), una milonguita como “Mala suerte” (de Francisco Gorrindo), una tonada chilena como “Qué bonita es mi tierra” (de Luis Bahamonde) y esa maravilla que se llama “El bodeguero”, posiblemente el chachachá más universal de la historia, original de Eduardo Egües y recobrado aquí en en los arreglos para metales y ritmo que hicieron furor en 1956 en Chile con la Orquesta Huambaly. Son canciones del año de la ñauca, que además son tan buenas que funcionan incluso como materia prima para productos sonoros de estos tiempos. Por muy decimonónico que sea el bar Cinzano y por muy antiguas que sean todas sus canciones, también ésta da para una intervención contemporánea, posmoderna más bien, a cargo de DJ Bitman: la misma “El bodeguero”, pero para la pista, pegadita con alguna de Señor Coconut, por ejemplo, quedaría de lujo. La fiesta del Cinzano siempre atrae a hipsters de todas las épocas, porque es un boliche atemporal.
—Iñigo Díaz