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Electrónica para todos

Mientras algunos encriptan sus sonidos digitalizados en tediosas piezas, los británicos los democratizan en aunténticas canciones. En una noche con cinco números, Simons y Rowlands pudieron darse el lujo de mirar a los demás por sobre el hombro.

12 de Noviembre de 2007 | 11:39 |
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Chemical Brothers, el alma de la fiesta.

El Mercurio

Esta vez el cartel era distinto al de 2004. Ya no tenía su nombre, sino el de un evento, y el escenario no sería sólo de ellos, sino también de otros cinco sujetos. Sin embargo, ninguno más que The Chemical Brothers podía adjudicarse el rótulo de "número principal" de la última versión del Festival Creamfields.

Un evento planteado más en la lógica de una fiesta que de un concierto, que parece buscar más la experiencia personal de audición que la contemplación de un espectáculo. Una característica adversa a una presentación musical, y a la que los ingleses debieron hacer frente.

En esa pelea salieron bien parados las más de las veces, desde que a las 23:30 horas aparecieran sobre el escenario levantado en los estacionamientos de Movicenter, para reproducir su hit de tintes egipcios "Galvanize".

A partir de entonces el trance (léase, esta vez, en castellano) no se detuvo, en un set list que en algo más de una hora hilvanó sin pausas las distintas piezas con que Ed Simons y Tom Rowlands contribuyeron a hacer de la electrónica algo popular y masivo. Obras que se alejan decididamente de los radicalismos y estereotipos del género, que han dado cuerpo a cientos de estructuras reiterativas y extensas.

En Chemical Brothers, en cambio, es posible encontrarse con un soporte y un formato al servicio de piezas que no son otra cosa que canciones, con distintos momentos agrupados en cuatro o cinco minutos, sin distar en demasía de los cánones universales de la música popular. Eso sin renunciar al instinto experimental propio del estilo.

De este modo, temas como "Out of control", "Hey boy hey girl" o "Star guitar" fueron los que entregó el dúo desde la más absoluta penumbra sobre el escenario, dejando que todo el peso visual recayera sobre las imágenes proyectadas en la pantalla LED a sus espaldas. Piezas encadenadas, que se anunciaban con el más reconocible sello de cada una en el epílogo del tema anterior.

Así condujeron al público hasta el final del bloque con "The golden path", para volver luego al cierre definitivo con "Black rockin beats" y "The sunshine underground", decorada en momentos con algunas señas de "The private psychedelic reel".

Luego, tibios aplausos, curiosamente, para quienes hicieron bailar a los cerca de seis mil asistentes por una hora y media. Tal vez por ese cierto estado de hipnosis en que la experiencia los tenía sumidos; tal vez porque estaba claro que el fin de la presentación de Simons y Rowlands no era, a su vez, el fin de la noche. Quién sabe.

Después sería el turno del DJ británico Carl Cox y de los alemanes Tiefschwarz. Sin embargo, podían haber sido otros y el sello de la jornada no habría sufrido ninguna transformación sustancial. A fin de cuentas, y por más pergaminos que puedan lucir en su rubro, no eran más que el café y el bajativo después de la cena. El plato principal ya había sido servido y disfrutado.

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