Björk: viva la revolución.
El MercurioEntonces Björk viene y grita anoche: "¡Viva la revolución!" en perfecto español mientras interpretaba el bis "Declare independence" (del álbum Volta). Y lo que fue un presagio durante todo el concierto -gente de las localidades más baratas intentando colar hacia los asientos VIP- se hizo realidad. Miles de personas invadiendo la cancha de San Carlos de Apoquindo, ante la estupefacción de la seguridad que simplemente dejó que la marea humana avanzara. Gesto rudo, pero sin detenidos, según la policía.
Hasta antes del desmadre, la cantante islandesa regocijó a sus fans con un espectáculo visualmente atractivo -estandartes engalanaban el escenario, luces láser cruzaron el cielo- y con ella misma, como es su costumbre, ataviada con un traje apto para la fiesta de La Tirana.
Un baterista, dos músicos electrónicos -operadores de reactable, artilugio digital y musical de última generación-, más una sección de vientos plantearon un show que funcionó bajo la lógica de la contemplación hacia el artista. Porque las canciones de Björk son imposibles de corear y difíciles de bailar.
Aunque proponen un constante choque y abrazo entre electrónica y sonidos análogos (cortes como "Come to me", "Hyperballad", "Earth intruders"), en algún punto terminan confundidas, difíciles de distinguir. Sólo permanece única y peculiar la voz de la islandesa. Ese registro de personaje de cuento nórdico que a ratos exaspera.