La banda adulta llenó el Teatro Caupolicán, cosa que no hicieron los estilosos jóvenes de The Rapture. Para la reflexión.
El MercurioPor los pasillos de un repleto Teatro Caupolicán se paseaban impacientes las "milf" (averigüe usted qué significa), estudiantes de guitarra eléctrica y padres jóvenes arrastrando a sus hijos hacia “el primer concierto de rock de mi vida”. Por eso cuando se apagaron las luces y empezó a sonar un riff cualquiera, el remodelado recinto casi se vino abajo. De verdad.
Sin embargo, al encenderse las luces —y por más que brillaran sobre baterías, teclados, amplificadores y guitarras de última generación, por más que sonara todo fuerte y claro, por más gritos y aplausos que estallaran— los músicos de Toto no podían dejar de parecer turistas perdidos en un pub de calle Suecia.
Ver a Toto en vivo es sumergirse en las profundidades del ese misterioso estilo llamado AOR, o sea “Adult 0riented Rock”, la peligrosa línea que cruza el peor hard rock con la balada ochentera más trasnochada. Por eso los niños miraban desconcertados el espectáculo: parecía rock, pero sin actitud podía ser cualquier cosa.
Suena espeluznante, y conocido, por cierto (después de todo Toto ya pasó por el Festival de Viña). Pero lo sorprendente no es la locura del público, sino que bajo esta dudosa mochila de rock adulto sus músicos hayan escrito canciones tan buenas. “Rosanna” por ejemplo, que la tocaron de una manera impecable, con la pasión y los solos intactos, tal como la escuchamos desde siempre en la radio. O “Africa”. Y sobre todo, “Hold the line” y “Holyanna”.
El resto del show fue insufrible: niños que subían al escenario y luego eran despachados mientras sus emocionados progenitores les tomaban fotos; un Bobby Kimball que no paraba de aparecer y desaparecer cuando no tenía que cantar y, bueno, un repertorio que dejando los hits aparte fue a todas luces monocorde. Es decir, guitarras bluseras, solos de batería para cerrar las canciones, ritmos funky y un airecillo a profesores de música de joda por Sudamérica. El bajista, aunque parecía sacado de los ZZ Top, no aportó mucho y Steve Lukathe, el guitarrista histórico, parecía muy orgulloso de tocar en piloto automático. Un recital descafeinado, interrumpido por los hits. Porque eso es basicamente Totó, una banda de singles de la hiperventilada era ochentera.