Tango around the world

Más allá de los juicios particulares, tras la primera audición de Tango around the world —el disco de etiqueta Putumayo sobre la tradicional canción argentina— ya hay algo que se le puede reconocer: haberse apartado del cliché de la world music, etiqueta que orienta al sello y que, significando no otra cosa que "música del mundo", se ha explotado en sus formas más populares como "música del sur del mundo" o, más expresamente, "música del tercer mundo".

En Tango around the world suena, al menos, el mundo entero, y eso ya es significativo en un estilo plagado de artistas que han intentado validarse buscando sonidos en Centroamérica, África o India. Así se encuentra a la canción porteña en claves étnica, gitana, de bolero y, por supuesto, en la muy vigente electrónica, entre otras.

El disco responde en parte a una dinámica similar a la de los tributos musicales, con varios artistas reunidos por una convocatoria de pie forzado. De los resultados habituales de ellos, dos predominan acá: las versiones que prácticamente no alteran la fórmula original y otras que introducen cambios sutiles, pero que en el contexto se vuelven significativos. Eso se traduce en que ninguna canción llegue demasiado lejos, lo que finalmente se presenta como un valor: en esta placa de "world music", el tango nunca deja de sonar a tango. Ni en la versión étnica del senegalés Ousmane Touré ("Dimba"), en la más cabaretera de Fortuna ("Tango idishe") ni en la electrónica de Electrocutango ("Felino").

Son piezas basadas en un cambio de lengua y de base instrumental, pero que de ese modo logran transmitir la universalidad que se reconoce en el género convocante. Algo de lo que, en todo caso, para bien se aparta Federico Aubele, traspasando únicamente el nostálgico sentimiento tanguero al bolero "Pena". Son pasos que no llegan demasiado lejos en la cuota experimental o de sorpresa que se puede exigir al estilo, pero que al menos sirven para configurar un disco respetuoso, de origen reconocible y audición más que agradable.

—Sebastián Cerda