"Nos pagan mucho dinero para que no hagamos el ridículo", fue como definió una vez Bono la función de la estrella musical. La frase distaba de ser sarcástica: si alguien debe ocupar el pedestal del ícono pop, que al menos lo haga con prestancia. La masa al frente sabrá hacer la vista gorda sobre varios asuntos con tal de que quien esté de turno en el cargo sepa combinar bien sus influencias sin cansarse (ni perder glamour) en el intento.
De una figura como Kylie Minogue nadie espera la solución al calentamiento atmosférico, sino que responda con brillo a un encargo nada fácil: calzarse sin arrugas el traje de principal figura femenina de la música pop mundial. Madonna perdió el cargo por acumulación de malos saques, a Britney la resaca le impidió escuchar el llamado, y a Björk el puesto no le interesa. X podrá no ser el disco de nuestros sueños, pero se acerca más que ninguno que hayamos escuchado en el último año a los requerimientos del cargo. A veces bailable, a veces "sensual"; a veces blanco y a veces negro; tan femenino como gay-friendly; la preparación de Kylie y sus ¡once! productores asociados es un muy buena síntesis de las últimas tedencias de música electrónica y de balada, traducidas a los códigos radiales que puedan interesarle a una audiencia no especializada. Los más entendidos notarán que ha sido la maravillosa Alice Goldfrapp el espejo en el que más se miró este equipo de trabajo, y eso está mejor que, por decir algo, el cursi de Mika.
Canciones que nunca se exceden de los tres minutos y medio de duración, armadas con versos simples y románticos —no se aprecian evidentes alusiones a la reciente superación de un cáncer—, levantados sobre cimientos electrónicos de pulsos que se aceleran y que, para no añejarse, están más cerca del electro de The Knife que del disco de Donna Summer. La juguera esta vez sacude citas más o menos explícitas a Serge Gainsbourg ("Sensitized"), Visage (la estupenda "Like a drug") y algo que podría ser Flock of Seagulls en "The one", pero es probable que esa mezcla esencialmente europea ya conforme una marca típicamente Minogue. A 19 años de su debut y años luz del espantoso "Loco-motion", Kylie Minogue se ha ganado algo más importante que una exposición con su nombre en el Victoria & Albert Museum, y es la capacidad de dotarles sello propio a sus canciones. Canciones sencillas, entretenidas, agitadas, a veces al borde del onderismo sin destino ("Wow" o "Nu-di-ty" marean con su despliegue de recursos), pero siempre tonificadas y encantadas de sonreírle al público, como una candidata a Miss Universo.
—Cristina Hynde