A Leo Quinteros, elegido el músico consagrado del año, le sorprendió que Nano Stern tuviera 22 años. Su voz le sonaba a alguien con un camino bien recorrido, “uno como Neil Young”, dijo. Es cierto, no parece ni un muchacho ni un autor de canciones de este siglo. Pero Nano Stern, que fue escogido además el músico emergente de 2007 con este álbum llamado Voy y vuelvo, debe tener más camino recorrido y horas de vuelo que cualquiera de los songwriters (utilicemos aquí este concepto para decir “cantautores”) que pueblan hoy día la escena de guitarras folk y voces lavadas. A los 22 años Nano Stern ya es un pequeño veterano del rock, con una bitácora que lo acredita como el primer bajista de Matorral, cuando era un quinceañero, y luego integrante de Mecánica Popular a los 19.
Todo eso ocurrió aquí, antes de su primer viaje, antes de que Stern fuera hacia Alemania para tocar en las estaciones del U-Bahn y recibir su primera moneda en la ciudad de Colonia después de horas de estar cantando. Entonces fue cuando reapareció, ahora como un nombre solo, sin asociaciones más allá de la guitarra y la canción acústica, con la cabeza hacia abajo y el rostro escondido detrás de la cabellera como la de David Gilmour en 1971. Voy y vuelvo es su segundo álbum personal en dos años y el que significó que un teatro le pusiera la mirada encima y lo escuchara con más atención. Nano Stern fue y vino, y cada vez que se despide de Chile, él lo considera una bienvenida. Ese ritmo puede ser cansador, pero el músico tiene sólo 22 años, mucho que aprender y poco que perder.
Sus canciones son realmente magníficas, escritas o asociadas a lugares de su paso itinerante: Colonia, Barcelona, Santiago, Cochiguaz, Amsterdam, otra vez Santiago. Llevan esa carga poética que en la voz y la guitarra de algún trovador cualquiera sonarían ridículas, porque Nano Stern las escribió para su registro y timbre vocales, y su forma de atacar la guitarra. Conoce la manera en que se deben interpretar. “Un gran regalo”, es el primer golpe de la serie. Tiene fuerza en la estrofa y equilibrio en los arreglos vocales del estribillo junto a Manuel García. “Nube”, “Calma” y los 46 segundos de “La copia feliz” emocionan por su desnudez y por la artesanía melódica. También ocurre con “Dos cantores”, una pieza muy bella donde Stern canta a Violeta Parra y a Víctor Jara sin esos comunes versos grandilocuentes (“Dime a quién le importa cuántos discos se vendieron / si salieron en la radio o en televisión”), aunque en la misma canción también él cae en cierto fundamentalismo al referirse a los baladistas que ocupan los sets televisivos.
Su lado latinoamericanista se manifiesta con más fuerza que antes en Voy y vuelvo, no sólo porque en Europa cualquiera se puede sentir abandonado, sino porque Stern también ha aprendido más lecciones que el rock and roll a través de sus mayores del grupo Ortiga, continuistas del movimiento de la Nueva Canción Chilena en el autoexilio. “Florecer” es una. Sigue siendo una de las piezas tristes y pertenece a la dupla del grupo de fusión étnica Alkymia, con el compositor Álvaro Taboada y la autora Claudia Stern, que es su hermana mayor. Pero ese bombo cansado ahí desemboca en una enérgica fiesta latina donde un Stern inspirado en los versos suicidas del tradicional “Ojos azules”, construye su propia “El vino y el destino”, que es pura celebración. Si Nano Stern está en peligro de ser un apátrida, la historia inmediata se va a encargar de resolverlo porque hoy no se puede hacer vista gorda sobre su sensibilidad. Una resignación más para terminar, con trompeta y con saxo tenor: “no creo que haya sido casualidad / que nuestros caminos se cruzaran en la mitad / de esta carretera que la verdad / la mayoría de las veces sólo da soledad / pero qué felicidad, haberte conocido no parece verdad / esos poquitos días escapan la realidad”, de “Casualidad”. Nano Stern, 22 años, guitarra sola y voz así no más: aprende lecciones y da lecciones.
—Iñigo Díaz