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La Bohème, La Bohème

La ópera de Giacomo Puccini estrenada en Turín en 1986 es música escrita con el corazón y con tal poder de conmoción que aún se mantiene tan vigente, como esos tiempos.

19 de Mayo de 2008 | 12:05 |
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Jennifer Casey-Cabot, la cantante norteamericana debió reemplazar a la voz titular como protgonista. Ella fue de menos a más. Y luego a mucho más.

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Hablar de  “La Bohème”, es hablar de lo esencial en Giacomo Puccini, pues en ella se encuentra la síntesis total de su lenguaje musical, presentado a través de una galería de personajes profundamente humanos, que en la flor de la juventud viven y sufren las contingencias del amor.

Es música escrita con el corazón y con tal poder de conmoción que aún se mantiene tan vigente, como en los tiempos de su estreno. Otra característica es su variedad y contrastes, idealismo, humor, infidelidades, celos, alegría, optimismo y tragedia, todos resortes fundamentales del romanticismo que la envuelve.

El último personaje de la ópera

Puccini utiliza un material orquestal de enorme riqueza, el complemento fundamental del entramado vocal, que en ocasiones llega a convertirse en otra voz. Esto exige la presencia de una orquesta de primer orden y de un director que la conduzca con el cuidado debido de estos factores.

La Orquesta Filarmónica de Santiago cumplió una sobresaliente labor, con hermoso y musical sonido, notables afinación y musicalidad, transformándose en el “otro” personaje. En este sentido sólo podemos alabar el desempeño de José Luis Domínguez en la conducción, quien se transformó en un gran apoyo para los cantantes al marcar las intencionalidades precisas, cuidar los balances, y mostrar un  pulso bastante certero, particularmente en todos los rubatos, que en esta ópera abundan.

En líneas generales diremos que luego de un primer acto, que encontró a los protagonistas un tanto fríos, se observó una curva de permanente  ascenso que culminó en el emocionante final.

La puesta en escena

En la notable escenografía y vestuario de Nicola Benois, que como un clásico que es, conserva toda su vigencia, Rodrigo Claro asumió una régie que acentúo la juvenil locura de los jóvenes bohemios, durante el primer y segundo actos, tanto como la alegría y dolor de los mismos en el cuarto. 

Logró un acierto en el movimiento de masas en el segundo, consiguiendo que ese “caos” tuviera coherencia. Puede llamar la atención la “cuasi” coreografía realizada por los mozos del Café Momus, pero en contraste fue muy lograda la incorporación del joven con que coquetea Musetta.

Podríamos discutir el hecho de que Mimí muriera en el destartalado sofá de los bohemios, o la inútil insinuación a Musetta, del hombre que ayuda a la protagonista a llegar hasta la buhardilla, pero en líneas generales podemos decir que Claro continúa su carrera ascendente en el mundo de la régie.

El Coro del Teatro Municipal, que dirige Jorge Klastornick, cumplió. Eso es habitual.  Del mismo modo lo hizo el Coro de Niños del Liceo San Francisco, que dirige Laura Núñez: además de cantar muy bien, actuó con propiedad.

Los solistas de la bohemia

La soprano norteamericana Jennifer Casey-Cabot reemplazó a Carolina García en el rol de Mimí. Ella es dueña de una hermosa y poderosa voz, que agrega una expresividad corporal que logra emocionar. Y como su figura se ve frágil vive el papel en toda la línea. Ya dijimos que su inicio fue frío, tanto como brillante fueron sus tres actos finales. Ella resultó conmovedora en sus momentos finales.

José Azócar, como Rodolfo, creció al igual que la protagonista en los actos finales. Su dúo con Mimí en el tercero fue de primer nivel, tanto como su desolación final.

Excelente fue el desempeño de Daniela Ezquerra, como Musetta, tanto en lo actoral como en lo vocal. El cuarteto con Marcello, Mimí y Rodolfo fue unos de los puntos altos de la noche.

Ricardo Seguel y su hermosa voz sirvieron de la mejor forma al celoso y enamorado Marcello. Algo similar ocurrió con Nahuel di Pierro, que cantó en gran forma el aria del gabán. Una revelación fue Pablo Castillo en su papel de Schaunard: presencia escénica y hermosa voz.

Pablo Oyanedel se desdobló como el Arrendador Benoit y como el viejo Alcindoro, enamorado de Musetta. A su importante voz agregó una muy buena actuación. Con fallas de afinación escuchamos a José Castro, como Parpignol, y muy correctos a Marcelo San Martín y Arturo Jiménez, como el Aduanero y el Sargento.

Sería injusto no mencionar la iluminación de Ricardo Castro, muy acertada en la creación de ambientes, y extraordinaria en la gradación desde la noche hasta el amanecer, del tercer acto. Un muy buen inicio de temporada, que habría merecido un marco mayor de público.

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