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La perfección existe

Casi es un pérdida de tiempo y recursos intentar un análisis sobre la técnica del violinista norteamericano. Si no es un virtuoso está a minutos de serlo. Lo que corresponde aquí es guardar silencio y escuchar. Nada más.

30 de Junio de 2008 | 10:40 |
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Joshua Bell y el violín, como parte de su propio cuerpo. Su concierto ofrecido en Chile representa una de las cotas de mayor altura en la música de docta del siglo XXI en este país.

El Mercurio

La Fundación Beethoven ha conseguido uno de sus grandes logros al traer para la temporada 2008 al extraordinario violinista estadounidense Joshua Bell, quien se presentó en el Teatro Oriente de la capital junto al estupendo pianista Frederic Chiu.

Al escucharle y verle tocar el violín se concluye que su instrumento pareciera ser una prolongación de su cuerpo, ya que no sólo se limita a “tocarlo”. Él vive la música.

Joshua Bell se encuentra más allá de la técnica, por lo tanto resulta inútil un análisis en un aspecto que es perfecto. En este caso sólo interesa su aproximación al repertorio que interpreta. Y una vez más nos encontramos con la perfección con todas sus letras. Eso es el resultado tanto de su formación como de su intuición.

El bellísimo sonido y su impecable fraseo ya se nos reveló en la “Sonata en Sol menor N° 1 Op. 1, El trino de Diablo” de Giuseppe Tartini, donde además se observó la expresión justa en lo barroco, sin buscar la “bravura” efectista. El acompañamiento de Chiu conservó siempre los balances y fue apoyo y a la vez contraste, en el más riguroso estilo.

La “Sonata N° 9 para violín y piano, en La mayor”, conocida como “A Kreutzer” ha sido objeto de los más variados análisis, así como ha servido de inspiración para obras literarias, todo en razón de su belleza intrínseca, como de la síntesis del estilo del autor. En su interpretación es indispensable contar con un pianista de primer nivel, pues el piano no es un mero acompañante, sino un segundo protagonista.

En este caso los visitantes maravillaron por su sincronía técnica y expresión desde la dolida frase con que se inicia, para luego desarrollar todo un mundo del más exquisito romanticismo. La maestría de Bell se nos mostró una vez más aquí, cuando en el segundo movimiento de esta sonata cede el protagonismo al piano en algunas frases, tal como lo exige su autor, produciéndose una fusión de enorme musicalidad. Con una vitalidad maravillosa llegaron al tercer movimiento y sus pequeños guiños al virtuosismo.

Un salto a la modernidad lo dieron luego al enfrentar la “Sonata para violín y piano N° 1 Op. 80” de Sergei Prokofiev, con sus alusiones tanto a lo expresionista como a lo impresionista. Esto obliga al intérprete a un violento cambio de estilo en sus sugerentes preguntas y respuestas, y también en las imitaciones.

En su transcurso encontramos toda una galería de contrastes dinámicos, desde sutiles pianissimos hasta fortes con pizzicatos de gran musicalidad, exigiendo siempre un virtuosismo que Bell posee en abundancia.

Esta experiencia sonora continuó con una sensible y expresiva versión de “Melodía” de Piotr Ilich Tchaikovsky, versión elegante entre dolida y melancólica. Los enormes desafío técnicos de la “Introducción y Tarantela” de Pablo de Sarasate, dejaron prácticamente atónito a un público que agradecido y emocionado no cesaba de aplaudir esta muestra de sobria maestría ofrecida por Joshua Bell en violín, junto  Frederic Chiu en piano.

La interpretación del arreglo de “Estrellita” de Manuel Ponce, coronó una noche magnífica, con uno de los más connotados violinistas de la actualidad, que debutó en Chile gracias a la Fundación Beethoven.

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