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Tres favoritas en una

Una en la historia, otra en la ópera y otra sobre el escenario. La apasionante vida de Leonor de Guzmán, amante del rey Alfonso XI de Castilla, sirvió para la trama absurda de la notable partitura de Donizetti y también para alimentar los malévolos comentarios acerca de una cantante famosa en el París del siglo XIX. La magna obra se estrena este miércoles 20 en el Teatro Municipal con una gala de El Mercurio.

14 de Agosto de 2008 | 13:17 |

“La favorita’’ (París, 1840) es una ópera de triángulo amoroso establecido sobre el cuerpo y el corazón de una mujer, Leonor de Guzmán. Gaetano Donizetti y sus libretistas —la pléyade formada por Alphonse Royer, Gustave Vaëz y Eugene Scribe, quienes se basaron en “Le comte de Comminges”, de Baculard D’Arnaud— intentaron dar verosimilitud a una historia absurda que algunos ven como antecedente del tema tratado en profundidad por Verdi en “La traviata”, por Massenet en “Manon” y por Puccini en “Manon Lescaut”.

El punto es que la heroína es una mujer que ha cedido al juego de transacciones que le presenta el medio en que habita. Leonor, amante del rey Alfonso XI de Castilla, está ahora enamorada del joven novicio Fernand y duda si decirle o no cuál es su real condición en la corte y en la alcoba del monarca. El asunto es el destino trágico de esta mujer, que sufre, como en las óperas románticas, con la psicología del siglo XIX más que con la mentalidad de la época en que se sitúa la historia. De cómo se arrepiente de los pecados cometidos, de cómo renuncia a sus privilegios y que termina muriendo de manera poco clara tras una fuerte penitencia a la que ella misma se obliga.

Lo interesante del caso es que la verdadera Leonor de Guzmán tiene una vida de novela y que las circunstancias del estreno de la ópera en París en 1840 se vieron inflamadas por hechos insólitos: había “favorita” arriba del escenario.

Más que la amante del rey

Leonor de Guzmán fue amada por el rey de Castilla Alfonso XI, con quien tuvo, entre otros vástagos, a Enrique de Trastámara. Nació en 1310 al interior de una familia noble, hija de Pedro Martínez de Guzmán y de Beatriz Ponce de León (bisnieta de Alfonso IX de León). Se casó con Juan de Velasco, pero enviudó en 1328. Conoció en Sevilla al rey y el amor entre ellos fue a primera vista. Su relación se mantuvo hasta la muerte del monarca, ocurrida en 1350. Pero Alfonso se casó con María de Portugal, con quien tuvo al futuro Pedro I, llamado “El Cruel”.

Las crónicas dicen que Leonor de Guzmán consiguió tener gran influencia sobre el rey, tal como se demuestra en este fragmento de la época: “E otrosi el rrey fiava mucho della, ca todas las cosas que se avien de facer en el rreyno todas pasavan sabiendolo ella, e no de otra manera por la fianca que el rrey ponia en ella”.

Tras la muerte de Alfonso XI, Leonor cayó en desgracia y al llegar a Sevilla fue encarcelada en el alcázar. Más tarde la habrían trasladado a Carmona y a Talavera de la Reina, donde murió ejecutada en 1351 por sus enemigos. Unos aseguran que fue una exigencia de María de Portugal mientras otros afirman que fue “asesinada en forma salvaje” por orden de Pedro I.

Esther González Crespo, de la Universidad Complutense de Madrid, dice que “dentro del círculo extraoficial del poder monárquico, destaca netamente la personalidad de Leonor de Guzmán que, a través de su íntima y mantenida relación amorosa con el rey, supo aprovechar la oportunidad que dicha situación le brindaba y jugar un papel brillante en la corte regia y en la sociedad política de su tiempo, afianzándose a sí misma, a sus hijos y parientes. Más que la amante del rey, fue su fiel e indiscutible compañera, una condición que no sólo será aceptada en la corte castellana sino también en las extranjeras’’.

El hijo, “El Cruel” y “María Padilla”

Se sabe que Leonor tuvo diez hijos con Alfonso XI, de los que sobrevivieron ocho. Uno de ellos fue Enrique (1333), fundador de la dinastía de los Trastámara, quien se convirtió en rey de Castilla (con el nombre de Enrique II) tras luchar y vencer a su medio hermano Pedro I, quien a su vez había asesinado a sus hermanos Fadrique, Juan Alfonso y Pedro Alfonso.

De Pedro, hijo de Alfonso XI con María de Portugal, se dice que era alto y rubio, bastante inteligente, buen guerrero y mejor trabajador, pero también sumamente ávido de poder, avaro y dado a los placeres de la carne. Su niñez apartado de su padre y viviendo con una madre enrabiada y con su hombre de confianza, el portugués Juan Alfonso de Alburquerque, no ayudó mucho en que tuviera una vida normal.

Pedro definitivamente no era reciliente y replicó algunas de las conductas amorosas de su padre. En 1352 conoció a María de Padilla, justo cuando iba en expedición a Asturias para pelear contra Enrique de Trastámara. María se convirtió en su amante y fue su amor más permanente, por encima de los matrimonios del monarca. Se sabe que María era hermosa, bondadosa e inteligente, y que era la única que morigeraba el carácter duro de Pedro.

Murió muy joven, cerca de los 27 años, de peste, tras haber dado al rey tres hijas y un hijo. Pero Pedro tuvo también hijos en Juana de Castro, María González de Hinestrosa, Teresa de Ayala e Isabel de Sandoval, a la vez que se sospecha de que hubo otros cuyos nombres no se conocen.

El propio Gaetano Donizetti, interesado en estas historias, compuso en 1841 una ópera titulada “Maria Padilla”, que rara vez se representa.

Tampoco Enrique de Trastámara enmendó el camino: casado con Juana de Castilla, tuvo con ella tres hijos, pero concibió otros 14 con diversas damas de la nobleza. Vengador de sus hermanos y de su madre, Leonor de Guzmán, al final de su reinado Enrique llevaba los títulos de Rey de Castilla, Toledo, León, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcioa, Jaén, el Algarve y Señor de Molina. Nada mal para el que fue apuntado como hijo de “la favorita”.

“Favorita” por vocación

Pero esta notable historia de enredos no tiene su término con la creación de la ópera de Donizetti. Esto porque para el estreno se contó con el celebrado canto de Rosine Stolz (1815-1903), cuya biografía también da para una ópera, una teleserie o una novela rosa. Fue para ella que Donizetti compuso su partitura.

Sucede que al momento de estrenarse “La favorita”, la famosa mezzosoprano, quien había alcanzado el estrellato tras su actuación en “La judía” de Halévy, era la amante de Leon Pillet, director de la Opera de París. Hubo por lo tanto muchos comentarios en la sala. Años después, en 1847, Stolz se vio obligada a abandonar el teatro, que era como su casa, producto de las habladurías. Se fue entonces a Brasil, donde se convirtió en favorita del emperador Don Pedro —notable alcance de nombres con el heredero de Alfonso X— quien la habría contratado para su propio teatro con un sueldo exorbitante, como explica András Batta en su libro “Ópera”.

Ángel, mujer y “falcon”

Los críticos Roger Allier, Fernando Sans Riviere y Marc Hailbron en su “Discoteca ideal de la ópera” califican este trabajo de Donizetti de “indigesto desatino escénico”, poniendo énfasis en cómo la versión francesa original fue empeorada en su traspaso al italiano, en la que Baldassarre, prior del monasterio donde profesa el novicio enamorado resulta ser el padre del mismo…

Sin duda, la trama no resiste análisis, pero la música tiene momentos notables para el tenor (Fernand), quien debe enfrentar tres arias muy difíciles. Ya la primera de ellas, “Un ange, une femme inconue” (Un ángel, una mujer desconocida), es una página de bravura. Luego, el hermoso dúo de Leonor y Fernand “Mon idole! Dieu t’envoie” (Ídolo mío! Dios te envía) precede a “Oui, ta voix m’inspire” (Si, tu voz me inspira), que suele omitirse. Impresionante es “Leonor!, viens” (Ven, Leonor) de Alfonso XI e insólita, la fiesta en que el monarca ofrece un ballet a esta concurrencia de mediados del siglo XIV. El concertante con los reclamos morales de Baldassarre al rey motivan un convincente contraste de emociones y personajes. Leonor se luce toda la ópera, pero en especial en el apasionado “O mon Fernand” (Oh, Fernando mío), que desata las ovaciones del público aunque no hace palidecer el lirismo de “Ange si pur, que dans un songe j’ai cru trouver” (Ángel tan puro, que en un sueño he creído encontrar), de Fernand, en el último acto.

La composición de la obra fue compleja. Donizetti debió recurrir a materiales de hasta cuatro óperas. De hecho, “Spirto gentil”, la gran aria del tenor, proviene del “El duque de Alba”. Otra particularidad es que el papel de Leonor haya sido dado a una mezzo y no a una soprano, como era lo más habitual. A pesar de la notable extensión de su registro, Rosine Stolz estaba cómoda en papeles más centrales y graves, en los que podía mostrar además su fiero temperamento. El rol es para una mezzo, pero con facilidad en los agudos; especial para ese tipo de cantantes conocidas como “falcon francesas”.

Una “falcon” es una voz entre la mezzo y la soprano dramática, con graves de peso. Se trata de una clasificación que se ocupó en Francia y debe su nombre a Marie Cornélie Falcon (1814-1897), especialista en papeles como Rachel de “La judía” (el mismo en que triunfó Rosine Stolz) o Valentine de “Los hugonotes” (Meyerbeer).

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