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Ya vino la diva

Ante unas 10 mil personas, la cantante australiana ofreció un espectáculo infalible. La imperecedera efectividad bailable de su fórmula pop, su estampa de estrella y un show con aires de Broadway en tiempos digitales, dejó más que felices a sus devotos fans, y suspendió a lo lejos al fantasma de Madonna.

14 de Noviembre de 2008 | 08:32 |
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Aires sado, cabareteros y escolares, entre otros, fueron un deleite para las distintas comunidades que militan entre los fans de la australiana.

Héctor Flores, El Mercurio

Hemos hablado hasta el hartazgo de Madonna. Que viene, que no viene y que por fin viene. Que las entradas son caras, que por qué hay preventa exclusiva y cuántas quedan. Que empezó su gira al otro lado del mundo. Que ayer dijo algo sobre Barack Obama... A falta de casi un mes para que llegue a Chile, reconozcámoslo, la ex señora Ritchie ya nos tiene un poco chatos.

"La diva", le llamamos, apelando a una reputación histórica que su presente parece contradecir. Porque el calificativo —que honra a cualquier artista femenina— nos habla de una figura ajena a las pellejerías y chimuchinas mundanas, así como de una mujer de estatura y estilo, de camino sólido y propio. Incluso de elegancia y glamour, aunque la estrella se vista con un saco harinero.

De Kylie Minogue, en tanto, hablamos poco, pero la noche de jueves en la Pista Atlética del Estadio Nacional, la australiana demostró que ella también tiene suficiente pasta como para ser todo eso. Ante una audiendia de unos diez mil devotos, la cantante fue ama y señora, gracias a fans que pueden seguirla regularmente a través de sus reproductores de música, pero que también lo hacen en la pista de baile.

En esto, la intérprete no falló. Bien complementada por un certero cuerpo de baile, seis cambios de vestuario y atractivas proyecciones en una nítida pantalla gigante que cubría el fondo del escenario, su show fue simplemente una fiesta. No hubo aquí espacios para sentimentalismos, nostalgia ni nada que se les parezca, desde la apertura con "Speakerphone" y la infalible "Can't get you of my head", pasando por éxitos como "In your eyes". Un inicio de electropop sintetizado en estado puro, fórmula de origen ochentero cuyas variaciones posteriores vinieron más que nada de la mano de la tecnología, pero cuya efectividad no ha mermado. Con ella, el trabajo de su banda durante el primer segmento se transformó en un mero detalle detrás de las secuencias, mientras su voz se mantuvo refugiada entre los efectos y la envolvencia de su coro.

No era tan necesario, porque los pasajes siguientes —incluyendo una interpretación de "Copacabana" con aires de Broadway— evidenciaron un carácter más orgánico en su grupo, así como la realidad de su voz felina. Puede que le cueste mantener algunas notas y que su chillido no sea exactamente agradable, pero Minogue ya está lejos de ser un invento. A dos décadas, para ser más precisos, cuando pavimentaba un camino más cercano al de una fugaz estrella inocente, tipo Debbie Gibson, que al de la diva sensual en que luego se convirtió. De esa época datan temas como "I should be so lucky" y su versión de "Locomotion", con que cerró la noche prácticamente a capella.

Canciones que, probablemente, muchos de los presentes descubrieron años después, pero han hecho suyas en cada fin de semana de desenfreno bailable. Para ellos, Kylie Minogue es simplemente un ícono, una banda sonora y simbólica que porta las pulsiones que los definen e identifican. Y eso también es mérito de divas.

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