Jorge González decía que el éxito de Los Prisioneros se debía al ritmo y no a sus letras. “La batería levanta a la gente”, explicaba, para luego graficar cómo el público saltaba y se acercaba al escenario con “Muevan las industrias” o “Quieren dinero”. La banda de San Miguel fue alumna de primera generación del post-punk y new wave. Ahora, gracias la irrupción masiva de Franz Ferdinand, Interpol o Bloc Party hacer “rock bailable” volvió a ser una buena idea.
Lo interesante es que en Chile, tanto en concursos de bandas o singles radiales, las baterías siguen tensas y contenidas. Casi tanto como los estribillos. Eso es lo primero que sorprende en Yeti: el ritmo y sonido realmente contemporáneo de sus canciones. “Dame un poco”, “El tiempo”, “Dímelo” y “Viaje” son frenéticas, “darks” y con guitarras tan aceleradas como cualquier hit de Kaiser Chiefs o The Killers. Pero no sólo el post-punk sobrevuela el disco. También hay mucho de shoegaze como en las lánguidas guitarras de “Aburrida” o las plumillas que remarcan la tristeza de “Nunca más”. También hay ecos del mejor Coldplay en “Vuelvo a respirar” una de las mejores canciones del disco. Un piano que lleva directo a un estribillo emocionante.
Las letras son un punto revelador. La influencia del cancionero en inglés hace que los textos carezcan de la molesta metaforización del rock nacional. “¿Donde estuviste ayer? / ¿con quien hablaste más? / ¿con quien dormiste ayer? / por tu cara lo sabré” cantan en “Dímelo”. O “Quieres que algo te pase / y no llega (…) Hace tanto tiempo que no ves la luna / al caminar” en “Aburrida”. Así, Yeti funciona como manifiesto separatista ante el garage, lo “sesentero” y folk tan recurrentes en nuestro “indie rock”. Acá hay rock bailable, baladas desgarradas y letras potentes. Esta sintonía de Yeti con una sensibilidad más universal y “2008”, es notable. Habrá que esperar las nuevas canciones. La identidad ya se intuye. Por el momento, podemos decir que este es uno de los debut más sólidos del año.
—JC Ramírez Figueroa