Fue una de las voces que se agruparon durante la década de 1980 en los espacios del frente del Canto Nuevo, ese movimiento de autores, compositores e intérpretes que revitalizaron el trabajo iniciado en los ’60 por la Nueva Canción Chilena. El Golpe de Estado interfirió la continuidad, envió a músicos al destierro y silenció las guitarras, las zampoñas y sobre todo los charangos, un instrumento que llegó a ser prohibido por su carácter subversivo.
Es el mismo cordófono que Verónica González utiliza hoy, a casi treinta años de su estreno como cantautora y cultora de la canción de protesta de ese Canto Nuevo, cuando apenas sobrepasaba la mayoría de edad y se presentaba en el escenario del café del Cerro junto a voces generacionales como las de Isabel Aldunate, Cristina González (hoy Cristina Narea en España) o Rosario Salas.
-Charango, guitarra y voz, para se más precisos -corrige desde el balneario de Papudo, donde el sábado que recién pasó, hizo su redebut en Chile, en La Maison des Fous, tocando con el bajista de fusión latinoamericana y jazz Marcelo Aedo, quien en esos años pertenecía al grupo Abril, del mismo movimiento musical, junto a una cantante llamada Constanza Penna y que luego se conoció como Tati Penna.
Esta semana siguen sus presentaciones con dos conciertos en el subterráneo del Mesón Nerudiano en Bellavista, este martes 6 y miércoles 7, también junto al percusionista Manuel Páez, donde ofrecerá un muestrario del repertorio de sus más nuevos trabajos, los disco Océano (2007) y Al norte (2009), que es parte de una música incidental para cine compuesta por Verónica González. Los conciertos son a las 21:30 horas en Domínica 35 ($3.000).
Una casita pequeña
Verónica González vive en el pueblito de Aalen, según ella, “no más grande que Pelarco”, donde comparte con su pequeña hija Violeta, llamada así gracias a la vida que Verónica conoció a través de las canciones de Violeta Parra. “Es un pueblito tranquilo al sur de Stuttgart, que me permite escribir mis canciones y luego salir a cantar al resto de Alemania y Europa: España, Noruega, Italia, Francia. Me gusta vivir así: casita chica de campo, con patio por delante y con bosque por detrás. Vivo bien: sólo me dedico a cantar”.
-Hay muchos músicos inmigrantes en Alemania ¿cómo se definen las categorías? ¿En cuál estás tú?
-Alemania está lleno de músicos, pero la diferencia entre el que toca en la calle o el metro es distinta a la que tenemos músicos más organizados y sobre todo reconocidos por el Estado alemán. Yo tengo categoría de músico acreditado. Y en esas condiciones tú tienes que mostrar papeles, estar al día, pagar impuestos y mostrar tu discografía, que es un respaldo (su catálogo incluye además los discos No romper, 1984; Collage, 1999; Saudade, 2002; Caravana, 2004). Mis temas están inscritos en el derecho de autor alemán.
-¿Estás cerca o lejos de esa primera etapa musical en Santiago en los ’80?
-Ésos fueron mis inicios. Canción contigente y todo, pero ahora es muy distinto. Uno va creciendo. Yo me fui muy joven a viajar. Debo llevar unos 25 años de viajes. Primero a Brasil, a Sao Paulo. Allá toqué mucho con el guitarrista tucumano Juan Falú, armé un grupo y sacamos el disco Tarancón (1983). Después viví en México y en Cuba y cuando me fui a Europa llegué a Madrid. Hace quince años me fui a Alemania sin saber el idioma… nada, nada, nada. Me fui a vivir con el padre de mi hija Violeta. Todos esos viajes y el conocimiento de nuevas músicas me han llevado hacia la world music. De hecho participo mucho en festivales de músicas del mundo y también llegué a ser nominada como mejor artista en la categoría música del mundo en Alemania en 2006.
-¿Cómo es esa música?
-Son canciones latinas muy mezcladas con cosas árabes o africanas. También tengo un instrumental variado y un grupo de músicos de muchos países distintos. Un saxofonista alemán, un guitarrista medio flamenco, un contrabajista inglés, un famoso baterista de jazz alemán, un percusionista de Turquía y también incluimos a una acordeonista de China. Yo soy la chilena que canta y toca el charango. Una de las cosas más importantes ha sido incluir idiomas ancestrales en las canciones. Desde el último año estoy cantando en quechua, y en náhualt (idioma azteca). También en xingú, que es lengua que se habla en la frontera de Ecuador con Brasil, y en bantú, de una etnia mozambique. He metido rezos musulmanes también.
-¿Eres así de políglota?
-Noooooo. No los aprendí… ¿estás loco?. Nada más escribo los textos y luego los trascribo con especialistas en estas lenguas, que me enseñan a pronunciar bien fonéticamente. Para trabajar con el náhualt tuve diez sesiones con un mexicano de Stuttgart y me enseñó a decirlo correctamente. Los alemanes son súper intresados en escuchar músicas nuevas, músicas distintas. Son súper cultos. Pero tienes que ser bueno en la música allá. Si no eres bueno después del segundo concierto no te contratan más.
-¿Cómo te fue a ti con eso?
-Toqué mucho en escenarios pequeños. Incluso recuerdo un concierto en Noruega en un pueblito llamado Boren. Nieve, nieve. Todo blanco. Y vino a verme cantar todo el pueblo. Eran veinte personas… (risas). Nunca me voy a olvidar. Pero fue después de un concierto que hice en Berlín, en un famoso club, Quasimodo, que me empezó a ir mucho mejor. Ahí despegué. Ya llevo quince años allá, tengo varios discos y canto en muchas partes distintas.