Tal vez un único recuerdo musical posible hasta ahora de André Thorun sea de hace diez años, en los días en que el cantante chileno Cristián Fiebre empezaba a mostrar su primer disco y ya entonces Thorun era un pintor que oficiaba como su especie de representante. Es una de las sorpresas de Marzipan Devil: este disco es una actualización de André Thorun, que sigue pintando y de hecho la carátula del CD es obra suya, pero ahora reaparece del otro lado, a cargo de la voz de estas canciones personales e independientes.
Independientes porque de verdad Marzipan Devil suena ajeno a cualquier corriente del rock o el pop en boga en estos días. Los que se oyen son los instrumentos del rock, pero es una música sin prisas, con cuidado por la melodía, y con esa misma luz atenuada por la penumbra de la voz. Thorun canta en inglés, y la suya es una voz grave y lóbrega que a ratos da para apostar sobre lo mucho que puede gustarle un grupo como Depeche Mode, pero eso sirve como una referencia y no como una cita literal.
Esa voz está bien acompañada por coros, violines y gaviotas ocasionales, y flanqueada todo el tiempo por los acordes siempre particulares del guitarrista Camilo Bianchi a un lado y por el sonido de órgano de Michel Maluje al otro. Son dos músicos distantes de cualquier escena, con grupos tan diversos como Fiebre, La Rue Morgue, Bobo o Pedropiedra en sus historiales, y así mismo es este disco, fiel a sí mismo antes que a nadie y con una cuota sugestiva de enigma incluida. Marzipan Devil podría ser el título del disco o el nombre del grupo, por ejemplo. O antes, Marzipan Devil podría ser el nombre del grupo o el alias de un solista. O antes, Marzipán a secas podría ser alguna clase de benzodiazepina o la palabra en inglés para mazapán. Es esto último en realidad: marzipán es mazapán. Una certeza en medio de varias incógnitas sugerentes como esta música.