Noche de gala. La segunda de cuatro que Myriam Hernández ofrecerá en grandes teatros para cerrar su larga gira del disco Enamorándome.
Tulio MaturanaHay una pareja en el público que hace sólo dos días está unida. Antenoche, él la besó por primera vez. “¿Y qué están haciendo aquí?” les pregunta Myriam Hernández desde el escenario. Tiene razón, ellos debieran estar en una alcoba en ese momento, pero se han tomado el día además para escuchar en directo a la máxima cantante romántica chilena de estos tiempos, también promocionada en los carteles como “La baladista de América”.
Myriam Hernández está cerrando hoy el círculo de su disco Enamorándome (2008), el de la portada blanca y radiante, donde ella aparece como una mujer con la claridad que le da el tiempo. No tiene aquí las dudas de la jovencita angustiada que necesitaba saber quién era la mujer que había tomado a su hombre. Era así de iniciada en la canción cuando hizo “No pienso enamorarme otra vez”. Ahora se da el tiempo de reflexionar frente a los hechos antes de irrumpir: “No pensé enamorarme otra vez”.
La gira del álbum completó en el Teatro Municicipal viñamarino los 70 conciertos desde que se inició en el Parque Bustamante de Santiago hace un año. Sólo le quedan dos presentaciones más, que serán en el Teatro Municipal de la capital, el 6 y 7 de marzo. Fue una gira que la llevó de lado a lado por el continente, con paréntesis para regresar al estudio y grabar el que será su nuevo disco en 2009, y con noches que quedarán en la historia, como la que vivió en la ciudad altiplánica boliviana de Potosí, donde cantó dos horas al aire libre con seis grados bajo el cero.
Aquí, obvio, las circunstancias son otras. Myriam Hernández juega de local y lo resuelve ante su público con un repertorio que sorprende al apuntar su avance a lo largo de la noche. Sólo se escuchan canciones de la memoria colectiva. Tenga o no tenga Myriam un gran público a su favor, tenga o no seguidores o detractores, esto es lo que se impone. Ella tiene muchas historias para contar.
Se llaman “Así vivo mi vida”, “Se me fue” y “Huellas”, que interpreta tal vez como la hubiera cantado la colombiana Soraya, su autora. Se llaman “Huele a peligro” “Ay, amor”, “Peligroso amor” o “El hombre que yo amo”, que canta a su hombre instalado al fondo del teatro, el mismo que hace una fiesta con el pelo suelto de Myriam. Se llaman “Quién cuidará de mí” o “Leña y fuego”, que monta escénicamente en una versión criolla a lo Madonna, con una pequeña planta de movimientos y un cuerpo de baile tipo set televisivo que escogió también como lo hace Madonna: ninguno de los bailarines debe tener mayor estatura que Myriam.
La voz es su materia prima y la dramatización su producto de manufactura. Myriam Hernández está en la cúspide de la pirámide de una especie de cantantes y verla en vivo despeja dudas. Entonces uno entiende cuál es el referente de prácticamente todas las baladistas jóvenes que han aparecido a través de los concursos de talentos y reality shows. Se llama Myriam Hernández en toda su dimensión de banda y sonido pop noventero, y también a capella y a la carte, en su último encore en la noche perfecta del 14 de febrero. Fue cuando atendió el pedido personal de sus fanáticos y cantó más melodías de primer impacto, las mismas que debió dejar fuera del concierto porque no pudieron entrar en las dos horas: “Mío”, “Sentimental”, Tonto”, “Deseo” y “Yo soy la única”. Es cierto: es única.