SANTIAGO.- Es fácil emocionar al Monstruo. Al final del show de Joan Manuel Serrat, poco antes de las 23 horas de anoche, la animadora Soledad Onetto aseguró que "vemos incluso lágrimas en los ojos de algunos", y eso que la entrega del catalán estaba yendo de tibia a fría en comparación con lo que suele vérsele en vivo. A Serrat se le aplaudía por su historia, por su bonhomía, quizás, pero no necesariamente por un set que no llegó a alcanzar alto vuelo, y que podría haberse ido por el despeñadero cuando el cantautor se demoró más de lo conveniente en presentar una canción en catalán.
El hablar pausado y el humor ídem tentaron la paciencia del sector alto de la galería, que no estaba para caracterizaciones nacionalistas si éstas demoraban aun más la llegada de La Noche. Se escucharon pifias. Pero fue la excepción en un set escuchado con respeto, y que Serrat decidió sostener con viejos éxitos, canciones que en algunos casos superan los 40 años de edad y que incluyeron "Mediterráneo", "No hago otra cosa que pensar en ti", "Lucía" y "Tu nombre me sabe a hierba", arregladas con un quinteto que impone los sonidos eléctricos por sobre los acústicos.
El Serrat de pura guitarra y voz desafiante es una estampa setentera y ya ida, como tantas. En esa década está su arraigo, y a ella supo rendirle bonito homenaje cuando recordó a lo mejor de la Nueva Canción Chilena y sintetizó su tributo en la interpretación de "El cigarrito". Sobre un escenario cada vez más hundido de banalidad, una melodía de Víctor Jara espera uno que en algo revierta el karma que condena al Festival de Viña a una fiesta siempre en deuda con emociones auténticas.
La moda se impone, y si los premios son medida de algo pues reflexione usted en torno al hecho de que el autor mayor de la canción catalana se vuelva a Barcelona con una antorcha, y que un grupo mexicano con apenas un álbum se lleve al D.F. el triple. Dos antorchas y una gaviota para Camila, un trío cuyas armonías vocales y discreta capacidad sobre los instrumentos al menos siempre serán mejor que esa mala racha de baladistas solistas sin gancho que por un tiempo padecimos.
En Camila hay identidad, hay empatía y su balada populista ("Gracias Viña", decía la polera de Mario Domm) causa furor. En las canciones de Camila el amor funciona igual que en una tarjeta de 14 de febrero: es absoluto, es perfecto y es para siempre. El trío mexicano es hábil en adaptarse al molde, con innegable búsqueda armónica aunque sin ganas de pasarse de listos. Una escolar los llamaría "tiernuchos". Se fueron abrazando un enorme oso de peluche.
Si Chile va de país conservador, ahí está La Noche para desmentirlo. Cumbia electrónica ha habido hace años, e incluso el auge del sound no llegó jamás a legar un fenómeno como este grupo de Catemu, frente al cual Memé Ducci, Leonardo Farkas y Virginia Reginatto se comportaban como una misma madura calcetinera. Todo se presta para teorizar, y aquí apostamos por la calentura popular que el grupo legitima a través de canciones que casi nunca son de amor, aunque sí de sexo, escapadas eróticas y, sobre todo, infidelidad.
El país de los moteles necesitaba su soundtrack, y La Noche lo brinda con calidez, sobre canciones de un ritmo parejo pero estribillos bien afinados, recordables casi al instante. Leo Rey es un vocalista sugerente, más contenido que evidente, con un timbre masculino y firme que, se ha demostrado este verano, aguanta "una y otra y otra vez" la ocupada agenda que el grupo no hará sino engrosar luego de una jornada conectada a la esencia del Festival de Viña, al menos en lo musical: bailable, popular, predecible, alérgica a tomarse la molestia de una mínima sorpresa.