Noche predecible |
SANTIAGO.- Comenzó bien temprano: apenas una canción en la segunda jornada festivalera y de inmediato cayeron dos antorchas y la primera gaviota de cuatro. Ni siquiera la propia soprano Verónica Villarroel pareció estar preparada para un recibimiento así. Ni siquiera pareció entender lo que estaba pasando. Le hablaron al oído, algo le explicaron, pero ella estaba en otra. “Gracias. Pero me tengo que ir a mi hotel”, dijo, se despidió y se fue del escenario con tres premios por una sola canción, el himno latinoamericanista “Canción con todos”, que correspondía nada más a una parte del protocolo de la obertura.
Es protocolo eso de entregar antorchas de plata, antorchas de oro y gaviotas de algún otro metal precioso. Antes, en los tiempos en que “Sábados Gigantes” partía a las 13:00 horas y cerraba antes del noticiero, los artistas arriba de la Quinta Vergara solían sufrir más de la cuenta y sudar mucho para conseguir una de esas estatuillas. Había que tener talento y tener suerte, porque eran los tiempos en que al monstruo se le empezó a llamar monstruo. En 1978, por ejemplo, el año en que Fernando Ubiergo vestido de blanco ganó la competencia internacional con “El tiempo en las bastillas”. Era una canción festivalera absoluta y entonces resultó muy lógico que Ubiergo obtuviera esa gaviota. La volvió a tocar ahora junto con los rockeros Difuntos Correa. Su concierto no movió mayormente a la galería, aunque él ensayó ciertas canciones como ariete: “Te recuerdo Amanda”, la noche después de que Serrat hiciera “El cigarrito”. Tuvo su antorcha, su gaviota y su momento sublime: el de un trovador solo con su guitarra. Pero en lugar de una peña con veinte personas, había veinte mil.
Un poco antes, el pop star latino Juanes ya había entrado de campeón a la cancha incluso sin rasguear ni una sola vez una muy bien calibrada guitarra Fender Stratocaster. Seguro sabía que se iba a ir a de regreso a Colombia, al menos, con una gaviota. Claro, a Juanes este país lo adora, porque responde muy bien al perfil correcto para Viña: lo consideran buenmozo, canta bien, tiene ritmo, defiende a los desvalidos. Una vez alguien dijo que Juanes era como Arjona pero con tatuajes. Más bien se ha parecido a un Bono (de U2) pero latinoamericano, preocupado más de las injusticias del mundo, de los carteles de la droga y de la guerrilla, que de las pequeñas historias que puede contar un autor con sus canciones. Su discurso protocolar (“todos somos iguales y las fronteras de clases sociales, religiones y color que nos separan son absurdas”) fue igual de anticipable que lo demás: otras dos antorchas y otra gaviota.
El show, en cambio, jugó a su favor desde todos los ángulos. Juanes cuenta con la raíz folclórica colombiana en sus composiciones pop de su lado, porque tiene un cuerpo y una temperatura que aquí nunca han existido. Son canciones que corren con ventaja porque vienen con baile incorporado y eso al viñamarino lo vuelve loco en febrero. “Volverte a ver”, “Mala gente”, “Me enamora”, “A Dios le pido” tienen ritmos cruzados y sincopados, como un tranco playero. Casi no hay punto que encontrarle en disfavor a Juanes, salvo un excesivo y molesto uso de la “Tch”, en lugar de la “T” en su pronunciación.
Pasadas las dos de la madrugada, que es como la hora perfecta en la dioscoteque de los años ’70, una fiesta de ritmo boogie se apoderó de la Quinta Vergara con tres trallazos seguidos: “Shake your booty” o “Shake your boogie” como la llaman, que seguro la el publico arriba y adelante la coreó como “Se te ocurre” (porque así se coreaba en todas las fiestas de este país), “Boogie shoes” y “I’m your boogie man”. Otra vuelta de la historia y un regreso a Viña con la Sunshine Band de Miami, después del comentado episodio de un Harry Wayne Casey, KC, que en 1981 golpeó a plena luz del día en la terraza del Hotel O’Higgins al periodista que lo trató de bisexual en un diario. Claro que entonces tenía mejor forma. “Mírenme bien. Así va a lucir Justin Timberlake en treinta años más”, bromeó. Ni el paso veloz en la pista ni el falsetto le sale como en 1975, pero igualmente siguió con la celebración sobre un cancionero de éxitos imparable.
Menos mal que no había número después, porque de verdad nadie se hubiera atrevido a salir a cantar detrás de esa fiesta funk y disco. Obvio: la noche no estaba para sorpresas ingratas. No las hubo ni en la primera jornada, ni en la segunda. Los norteamericanos se llevaron tres premios más. El corolario fue el siguiente: cuatro antorchas de plata, tres de oro y cuatro gaviotas. Debe ser por que se trata de la celebración de los 50 años del festival, o debe ser porque así es ahora nada más, pero ya parece que el artista que se retira con las manos vacías del escenario hubiera sido ofendido grave y profundamente en su honra.
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