El azteca demostró en la Quinta Vergara que mantiene intacta su destreza en la guitarra.
Claudio Bueno, El MercurioVIÑA DEL MAR.- A este escenario de aspiraciones grandilocuentes que es Viña del Mar, siempre pregonando sus pretensiones internacionales y hoy refugiado en una imponente escenografía que antes sólo podíamos ver en HBO, le vienen bien los espectáculos que huelen a estrellas y millones.
Eso fueron Tom Jones, en 2007, y Nelly Furtado al año siguiente, con su coqueto micrófono dorado y su clóset lleno de premios de la industria. Y si alguien tiene que tomar ese relevo en este Festival de los 50 años, sin dudas que esa "responsabilidad" recayó en Carlos Santana.
El histórico guitarrista llegó esta noche a la Quinta Vergara a años luz del radicalismo hippie y rebelde de la imagen que aún muchos buscan asociar a él. Hoy el mexicano es una figura mundial alejada del culto, de buenos lazos en la industria, y muy bien vista por los jurados de los premios Billboard y Grammy.
¿Se vendió o evolucionó? Preguntas vanas en estos días, que seguro tienen respuestas claras y contundentes en esa cárcel en que a veces se transforman los fans.
Hoy Santana es un artista de otro estatus, pero con un fondo que permanece más allá de lo evidente (su destreza en la guitarra), y que en el Festival volvió nuevamente a mostrar en vivo en Chile: Una raíz latinoamericanista y una inclinación hacia el llamado "tercer mundo", que dialoga en códigos propios con el rock que brota de su instrumento, y que gusta entregar con contundencia.
Con esa línea bien marcada es que se abren las puertas para algunos paseos, como los que regaló el potente y diestro trío de percusiones en la apertura con "Jingo", o la moral pop de "Corazón espinado", que grabó con Fher para el álbum que marcó su giro, Supernatural (1999).
Esa fórmula, en claves de rock clásico y matrices tropicales, bastó para mantener al público sumido en una mezcla de trance y fiesta, más allá de un par de largas intervenciones de Santana con pregones religiosos ("Dios te hizo a ti y me hizo a mí, Dios no ve pecado"), espirituales ("es una alegría compartir con ustedes la luz que tenemos en el corazón"), latinoamericanistas ("es tiempo de que nos unamos") y anti-machistas ("que la mujer sea una compañera de luz igual en todo"; "si las mujeres no están contentas, la vida no vale nada").
El público lo premió con un resonante aplauso, pero como de Viña es feo irse con las manos vacías, Felipe Camiroaga le regaló una antorcha, palabra que hasta ese momento prácticamente nadie había pronunciado. Recién en ese minuto la gente recordó que existen esos trofeos, y entonces pronunciaron con algo más de claridad la frase "de oro". La segunda antorcha no tardó nada en llegar a las manos del guitarrista. La Gaviota, tampoco.