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Woodstock sigue vivo

Sin cámaras ni gaviotas, y con un público que lo veneró, el guitarrista mexicano recordó sus 40 años de trayectoria en el MoviStar Arena. Es un artista que gusta de manera transversal y que se niega a morir.

02 de Marzo de 2009 | 10:05 |
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Carlos Santana, guitarra latina feroz. Dos horas y media en vivo y sin que ningún ejecutivo de algún canal presione para interrumpir su concierto en Arena MoviStar.

Claudio Caiozzi

Éste es sin duda un año especial para Carlos Santana: se cumplen 40 años desde que el 16 de agosto de 1969, un delgado y desgarbado guitarrista mexicano se tomó el escenario del Festival de Música y Arte de Woodstock, deslumbrando por su talento y virtuosismo con la guitarra. En aquellos años de locura, drogas, sexo libre y rock and roll, había muchos guitarristas jóvenes, pero sólo uno lo eclipsaba en la psicodelia rockera y mestiza: Jimi Hendrix. Hoy los tiempos corren en favor de Santana, uno de esos genios fundacionales, que ha sobrevivido al tiempo y a la evolución musical. Tanto así que es el único músico latino que ha obtenido ocho premios Grammy más otros tres Grammy latinos por un solo álbum: Supernatural (2000).

Más allá de que ahora lo crean un “hacedor de rock comercial”, la noche del viernes 27 de febrero demostró en el MoviStar Arena (con más de 14 mil espectadores de testigo), que su talento es un tesoro que se mantiene intacto con el pasar de los años, con virtuosismo solista, trabajo acoplado de su banda y una puesta en escena sencilla pero no por eso emocionante, con imaginería típica del código santanesco: su concierto de Woodstock, el repaso en imágenes de sus 40 años de trayectoria, símbolos y rostros tribales.

Cuando arrancó con “Soul sacrifice”, el guitarrista jalisciense no sólo dejó en claro que la calidad musical está ahí presente: Es más poderosa que nunca. Su interpretación fue potente, vivaz y emocionante. Un  público abierto en edades, de veteranos a niños, vibró con un espectáculo que conmovió por lo impecable de su ejecución. En el primer contacto con sus seguidores, su frase “ahora que no hay televisión podemos tocar hasta cuando queramos” fue un aviso claro: Santana no está para pautas de prorgamación. Y así lo demostró a lo largo de unas dos horas y media sobre el escenario. El público celebró el show con baile.

Santana en Santiago fue mucho más que Santana en Viña y se notó en su interpretación: se sintió más libre, sin las convenciones ni apremios de los horarios televisivos, con su gente y su tiempo. Si se hubiera atrevido a tocar tres o cuatro horas probablemente sus fans se lo hubieran agradecido, pero con lo que mostró en ese lapso de concierto está bien. Fue el mismo repertorio que el exhibido en la Quinta Vergara. Otro punto elogiable en el show fue su banda. Es lógico que no sean los mismos nombres que aparecieron en Woodstock con él, pero se vio que son músicos que conocen las claves del sonido de Santana. Destacan el aporte de Chester Thompson en teclados, que toca con el mexicano desde 1983, y el trompetista Bill Ortiz, cuyo interludio sacó aplausos. “Jingo” fue el último vestigio del paso de Carlos Santana en Chile. Un show marcado por la emotividad y el colorido, pero sobre todo por el inagotable talento de una leyenda palpitante, un músico fundacional de la guitarra moderna, un sobreviviente de Woodstock.

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