SANTIAGO.- Eran las 21 horas en punto y el público ya clamaba por sus ídolos. Sólo dos minutos más tarde aparecieron dos gorilas vestidos de traje negro y máscaras de la lucha libre mexicana, quienes empezaron a mover sus brazos para enardecer aún más al público. Entonces apareció Mike Patton y el Movistar Arena pareció venirse abajo.
"¡Buenas noches Santiago!", fueron las primeras palabras del ex Faith No More que vino a presentar el disco Carboniferous que en enero de 2009 lanzó junto a la banda italiana Zu.
Tras el breve saludo, el público comenzó a recorrer la ruidosa montaña rusa de Patton y los tres italianos. Por los parlantes comenzó a salir una mezcla de metal, punk, noise y un toque de jazz, más el ingrediente secreto e indescifrable que hay dentro de la cabeza del ex Tomahawk.
El público fiel a Patton estaba en éxtasis, pero una buena fracción de las 8 mil personas que llegaron a Parque O' Higgins miraban perplejos el espectáculo. Sin embargo, tras casi 40 minutos de show, el Movistar Arena comenzó a corear "Olé, olé, olé, Patton, Patton", a lo que el artista respondió: "Puto, puto". Luego, se dio el gusto de cantar en italiano y una canción mexicana, desplegando toda su calidad vocal y después de casi una hora de show se bajó del escenario ovacionado.
Su majestad el frontman
Chris Cornell había anunciado que tocaría, principalmente, canciones de su último disco: Scream. Y así comenzó: con "Other side of town" y "Time".
Sin embargo, la hora que tuvieron que esperar los viejos fanáticos grunge entre Patton y el ex Soundgarden valió la pena, pues la tercera canción anunció que se venía lo mejor del vocalista.
“You know my name” (del soundtrack de Casino Royale) hizo mover por primera vez los cuellos del público. Luego, comenzó a abrirse el abanico interminable de éxitos de uno de las estrellas nacidas en Seattle.
Entre otras, pasó “Spoonman” –adornada con fragmentos de “Good times bad times” de Led Zeppelin- y “Show me how to live”, y Cornell se subió al bombo de la batería, de espalda al público, y abrió los brazos. La ovación no se hizo esperar. Tras 25 minutos el gasto estaba hecho.
Y los éxitos siguieron. El frontman –que no dijo más que muchas gracias en español- siguió sacando conejos del sombrero. Conejos de Soundgarden y Audioslave. Incluso covers, como Billy Jean en versión powerbalad, incluida en su disco solista Carry on.
También hubo insertos de Scream, que no fueron más que un descanso entre tanta intensidad. De hecho, al final del show, los fanáticos comentaban cosas del estilo “tocó las nuevas entremedio, así que ni se notó”.
Mientras Cornell se paseaba sobre el escenario, hacía alarde de su calidad vocal, arrancaba gritos de las féminas y azotaba el atril del micrófono contra el suelo, la gente cantaba y levantaba sus manos.
Y la lectura del manual del rocker continuó: “Este es el mejor público del mundo. Ustedes son el mejor de todos y cuando esté con otras bandas se lo voy a decir a todos”.
Tras esa declaración y la euforia popular sonaron “Like a stone” y “Cochise”. “Fell on black days” –que el cantante interpretó solo sobre el escenario.
Cornell estuvo dos horas y veinte minutos sobre el escenario y se fue ovacionado. Y, cómo no, volvió. Se lució con de “Inmigrant song”, de Led Zeppelín, y con la esperada “Black hole sun”.
El rockstar se fue otra vez. Y el público comenzó a irse, cuando casi la mitad estaba afuera, el ex Soundgarden volvió por última vez. Dos horas y cuarenta minutos fueron en total. Talento, nostalgia y calidad. Como para explicar por qué Chris Cornell es uno de los mejores frontman del rock de los noventa.