Chris Cornell de regreso al rock en su más puro estado. Scream se llama el disco dance que acaba de publicar. Pero eso es un paréntesis en su historia. En Arena Movistar lo confirmó.
Álex MorenoMáscaras. Trajes negros y máscaras de la lucha mexicana. Así vestían los dos gorilones que entraron al escenario a encender al público. Segundos después llegó Mike Patton y los italianos de Zu. Todos enmascarados.
El ex Faith No More no se preocupó de cambiar el show que hizo en Ciudad de México. La misma rutina, los mismos disfraces, como si Chile fuera México. Como si en Chile tuviéramos lucha mexicana. Pero a nadie pareció importarle y el Movistar Arena estalló.
¡Buenas noches Santiago!, saludó Patton. Éxtasis entre el respetable. Y comenzó el cóctel musical de los tres italianos y el californiano. Ponga en la juguera metal, punk, noise y algo de jazz. Eso, más el ingrediente secreto e indescifrable que contiene la cabeza del ex líder de Mr. Bungle.
Patton está loco. Patton es un genio. Quizás ambas. Lo cierto es que en el show de esta noche, el músico desplegó todo su talento vocal. Scat, gritos, chillidos, sonidos guturales, matices de tenor, beatboxing. La santa garganta de Mike Patton. La mezcla fue el combustible perfecto para que el público se subiera a la montaña rusa de ruidos propuestos por los músicos, que visitaron su primera creación conjunta: Carboniferous, el debut de Zu en el sello Ipecac, propiedad del cantante.
Mike Patton desplegó toda su energía sobre el escenario y habló un par de veces en español, pero sonaba a aprendido, a maqueteado. Sin embargo, su presentación era un vendaval que azotaba la cabeza y los oídos de la gente, algunos enfervorizados, otros pasmados y casi estáticos. Era una locura. Era una obra de arte. Tras cuarenta minutos de espectáculo todo el público estaba poseído. Estaban saboreando el ingrediente secreto. “Olé, olé, olé, olé, Pattoooon, Pattoooon”, coreaba la gente. “Putoooo, putoooo” cantó el homenajeado. Y la gente lo aplaudió y alabó otra vez. El ex Faith No More tiene el efecto de un dios: haga lo que haga, pase lo que pase, el público lo ovacionará.
Al finalizar el show, Mike Patton cantó una balada mexicana, mostrando la profundidad de sus entonaciones y, en perfecto español, presentó a los gorilones que estuvieron parados durante todo el show, uno en cada extremo del escenario. “Éste es el Místico, el luchador más famoso de Chile. Éste es el Último Guerrero, el político más importante de Santiago”, igual que en México. Pero tras casi una hora de show, nadie se fijó o a nadie le importó, así como tampoco importó que no interpretara ninguno de sus clásicos. Todos estaban bajo la hipnosis de Patton y aplaudían y gritaban a rabiar.
El manual del rock en vivo
Chris Cornell lo hizo todo bien. Dijo que iba a tocar las canciones de su disco nuevo, Scream, ése que no se parece en nada a cualquier cosa que haya hecho antes, y lo hizo. Fue extraño escuchar ese pop forzado y ver poleras negras de Audioslave o Soundgarden entre el público. Pero Cornell lo hizo bien: partió con “Part of me” y “Time”, de la placa producida por Timbaland, y a la tercera comenzó la ola de potencia con “You know my name”, el tema principal de la película de James Bond, "Casino Royale". Luego, clásicos como “Spoonman”, de Soundgarden. Tras 25 minutos el público estaba vuelto loco.
Los agudos chillidos desnudaron el gran número de féminas entre la multitud. Y siguió “Show me how to live”, de Audioslave. Despliegue de rockstar. Voz suave, raspada y profunda. Mirada al público y paseo por el escenario. Melena suelta y el atril del micrófono azotado contra el suelo. El crescendo en la voz y los gritos afinadísimos con los ojos cerrados. Termina la canción y Cornell está parado sobre el bombo de la batería, de espalda al público y con los brazos abiertos hacia el cielo. El Movistar Arena casi se va abajo.
Así transcurrieron las dos horas y cuarenta minutos que duró la música de una de las estrellas salidas de Seattle. El ex Temple of the dog sacaba conejos y más conejos de su sombrero y, entremedio, lanzaba un track de Scream, como un leve descanso en medio de la intensidad. Iincluso se dio el lujo de jugar con “Sunday bloody sunday” de U2, “Good times bad times” y “Stairway to heaven” de Led Zeppelin en mitad de algunos de sus temas.
También agradeció en innumerables ocasiones. Y en una se mandó la frase del millón: “Éste es el mejor público del mundo. Ustedes son el mejor de todos y cuando esté con otras bandas se lo voy a decir a todos”. Luego, más éxitos, enfrentando al público solo con su guitarra, momento en que llegó “Fell on black days” y “Like a stone”, con momentos para que el público cantara al son del guitarreo. Y tras eso, el regreso de la banda y “Gasoline” y “Cochise” –que no es lo mismo sin la maestría de Tom Morello en la guitarra.
Y Chris Cornell se fue. Pero tuvo que volver. Y lo hizo con un cover, una notable interpretación de “Inmigrant song”, de Led Zeppelín, tras lo cual llegó la esperada “Black hole sun”. Y se fue otra vez. Tras casi cuatro horas de rock –entre Patton y Cornell transcurrió una hora de espera- el público comenzó a abandonar el recinto. De pronto, la garganta de una de las banderas del grunge volvió a salir por los parlantes. Segundo bis. Fin del manual.