Si para los educados en el rock el country ha dejado de ser en los últimos años una mala palabra, eso ha sido gracias a una generación de cantautores jóvenes que comprendió la riqueza emotiva del género: campesino y blanco, sin la profundidad del blues, pero capaz de hacerse sucesivamente melancólico, romántico o existencialista apelando a un mínimo de recursos y mayor riqueza armónica que su contraparte afroamericana.
Es lo que la crítica llamó en su momento el alt-country, subgénero en el que Will Oldham brilla desde hace años a través de varios seudónimos: Palace, Palace Brothers y Bonnie Prince Billy, entre los más conocidos. Sus discos (y hay más treinta desde 1993), son piezas suaves en la superficie y ásperas en el fondo: música de extrema melancolía que avanza en un flujo sobre el que el oído se acomoda y deja llevar, arrumado por un canto de macho frágil que muchas veces pronuncia incómodas sentencias sobre la imposibilidad del encuentro amoroso o la tristeza intrínseca de la rutina adulta.
Dentro de ese marco de publicaciones, habría que recomendar a Beware como una estupenda introducción a su catálogo. Es un disco con pasajes luminosos, con multitud de timbres (xilófono, banjo, saxofón, violín) y con varias voces invitadas, que armonizan junto al barbudo cantante en piezas que no entendería un adolescente y que un adulto espiritualmente atrofiado dejará pasar de largo: es la gracia de este country cálido y sinuoso, disponible no para todos, pero con generosa calidez acumulada para quienes entiendan que la música es mejor sin apegos ni adornos. Canciones que, como canta Oldham en "I am goodbye", suenan "a adiós / como el fin de algo maravilloso".
—Marisol García