El virtuoso Wojtek Mrozek no sólo estrenó mundialmente las orquestaciones de un concierto para clarinete y orquesta de Poulenc. También improvisó un encore tocando música de raíz turca.
Sitio oficial de Wojtek Mrozek.Luego de la gigantesca ovación -que incluyó chiflidos, gritos y pataditas-, recibida por la Orquesta Sinfónica de Chile al término del último de sus conciertos, alguien dijo: “el público ama a Nesterowicz”. En verdad parece serlo, ya que esta reacción se produce siempre después de cada concierto que dirige el polaco. Es una respuesta que se debe al excelente estado de la Sinfónica, que se acentúa cuando este director toma la batuta y que fue lo que ocurrido en el “Programa Francés” que ahora presentó el conjunto universitario.
En su transcurso Nesterowicz mostró la sensibilidad necesaria, para encontrar las claves justas para la mejor interpretación de cada una de la obras. La suite de “Pelléas y Mélisande” de Gabriel Fauré del inicio y nos mostró el bello sonido que ha conseguido la orquesta. El director marcó aquí intencionadamente los fraseos para obtener una mayor expresividad y a los balances perfectos debemos agregar las intervenciones solistas de varios instrumentos.
En la segunda parte destacaremos la finura y elegancia del oboe, tanto como el sonido de los bronces, cuya participación tiene como base esa especie de ostinato melódico de las cuerdas que tocaron con extrema sensibilidad. Y de la parte final consideramos estupenda su progresión dramática.
Goodman, Bernstein y Mrozek
Luego, el espectacular –no cabe otro término- clarinetista polaco Wojtek Mrozek deslumbró al público y la orquesta con su notable presentación. Este músico parece no tener límites en su pasmosa técnica, y todas sus intervenciones fueron verdaderas joyas.
Benny Goodman, el famoso jazzista estadounidense, estrenó en 1963 la “Sonata para Clarinete y Piano” de Francis Poulenc, acompañado al piano nada menos que por Leonard Bernstein, y hace pocos años la compositora ucraniana Bohdana Frolyak, realizó la orquestación, cuyo estreno mundial se realizó en este concierto. La discusión sobre cual versión es mejor, es tan estéril como aquella en torno a las versiones de “Cuadros de una exposición”.
El bello sonido del solista fue apreciable desde el inicio y en cada una de sus contrastantes partes, las que exigen gran precisión del solo y la orquesta, el sugerente segundo movimiento desarrolla una gran cantidad de timbres sonoros, complementados entre solo y orquesta. La sección final se destacó por la perfección considerando la extrema velocidad y sus juegos rítmicos, en los que Mrozek dio muestras de todo su virtuosismo.
Del mundo concreto de Poulenc, se pasó a la “Primera Rapsodia para Clarinete y Orquesta” de Claude Debussy y su sugerente mundo impresionista, logrado a través de los diálogos del solista con diversos solos o familias instrumentales. Destacaremos los musicales cambios de tempi y carácter. Creemos que solista y orquesta se fundieron en una sólida unidad expresiva.
Los atronadores aplausos, obligaron al encore. El solista pidió a chelos y contrabajos un pedal en Sol, sobre el conmovió con una especie de improvisación de carácter oriental o étnica, explotando todas la posibilidades de su instrumento con enorme musicalidad. Y luego, y ante la insistencia del público, el director le trajo otro tipo de clarinete, con el que incluso logró producir onomatopeyas. Será difícil olvidar su paso por este escenario.
Valses y boleros de Ravel
La segunda parte comenzó con los “Valses nobles y sentimentales” de Maurice Ravel. En esta obra Nesterowicz supo extraer toda la paleta colorística del autor, que incursiona en lo melancólico, lo exultante o incluso lo severo, sin obviar lo lúdico. El polaco consiguió de la orquesta tanto la transparencia como la robustez sonora, siempre con enorme sensibilidad y jamás buscando lo falsamente espectacular.
Luego la orquesta en pleno abordó el celebérrimo “Bolero” del mismo Ravel, obra que a pesar de su aparente “facilidad” tiene enorme dificultades. Una de ellas, tal vez la principal, es mantener la progresión sonora, desde el pianissimo inicial, hasta el fortissimo final en una tensión que crece paulatinamente. Otra es lograr de los instrumentistas el carácter justo para cada una de sus intervenciones solistas, algunas de ellas aludiendo a lo popular.
Además, como esta obra es un extraordinario ejercicio de orquestación, se debe cuidar al máximo los balances y los sutiles cambios en fraseos y articulaciones entre las diferentes familias. De la versión ofrecida sólo nos cabe alabar de la forma más entusiasta el estupendo trabajo, que nos muestra por qué el público se levantó de sus asientos para ovacionar sin cansarse hasta que después de varios minutos. El director pidió a la orquesta repetir los últimos compases. Un triunfo espectacular en todos sus aspectos.