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Una violinista para la historia

Hasta un fragmento de una canción del grupo Metallica se dio el gusto de tocar la rutilante solista norteamericana. Su presentación como violín invitado por la Orquesta Sinfónica de Chile bordeó lo perfecto.

06 de Abril de 2009 | 13:51 |
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Rachel Barton Pine obtiene fuego de su violín. Es una de las solistas más soprendentes de la música que ha visitado Chile en mucho tiempo.

El Mercurio

Creo, sin temor a equivocarme, que el debut en Chile de la violinista estadounidense Rachel Barton Pine será uno de los eventos más importantes ocurridos en esta temporada 2009. Durante este año la Orquesta Sinfónica de Chile ha estado presentando solistas del más alto nivel y en este caso estamos seguros que Barton Pine se encuentra en los primeros lugares de los mejores violinistas de la actualidad.

Su técnica es asombrosa, su afinación es perfecta y ella es dueña de una musicalidad que desborda. Convirtió su presentación en un evento de características insuperables. Para la violinista todo resulta natural: las dobles cuerdas, los pizzicatos con la mano izquierda mientras hace melodías con la derecha, los armónicos de afinación total junto a las articulaciones que aumentan la musicalidad de su interpretación.

Su versión de la “Fantasía escocesa en Mi bemol Op 46” de Max Bruch fue memorable. No sólo por su musicalidad. También lo fue, y es justo decirlo, por el acompañamiento orquestal, de una precisión pocas veces escuchada, pues ahí se fundieron en un todo que produjo un resultado claramente superior. Si el violín en el caso de Rachel, es como una proyección de su cuerpo, ahora la orquesta lo fue para la solista.

Desde los primeros compases se respiró el ambiente entre melancólico, popular y aguerrido que atraviesa la obra, y desde la entrada de la solista el público quedó atrapado por la versión de una obra que posee grandes dificultades, ya que agrega a las puramente técnicas constantes cambios de tempi y carácter. En este punto orquesta y solista fueron un todo indivisible.

Un silencio pocas veces visto se palpó durante la interpretación, desde el sobrecogedor y sensible inicio de la solista. En esta obra, el arpa tiene un rol fundamental, que cumplió brillantemente Manuel Jiménez, particularmente en sus intervenciones con el violín. Consecuentemente la orquesta hizo gala de un bellísimo y musical sonido, con soberbios contrastes dinámicos que respondían a los planteados por la solista. No podemos dejar de mencionar algunos diálogos del violín con ciertos instrumentos en algunas de sus partes, como la sutileza de los cornos y las maderas, o la sección con el chelo, de indudable belleza.

La comprensible euforia del público la obligó a entregar tres encore de extraordinario virtuosismo, uno de ellos una obra propia, “Variaciones sobre el tema del Himno Neocelandés”, y otro una sección de una canción de Metallica, pues la solista acostumbra a participar en recitales con diversos conjuntos rockeros y metaleros.

El concierto se complementó con “Cuatro danzas escocesas” Op. 59 de Malcolm Henry Arnold que abrió el concierto. Su autor fallecido recién el 2006 creó una obra de importantes dificultades que no va más allá de “música ligera” (fue creada para un festival de ese tipo de música de la BBC). Es una obra heterogénea en estilo, generalmente de tipo popular, con atisbos de lo contemporáneo, sin evitar lo ampuloso.

La segunda de las danzas tiene un carácter irónico, destacando el trabajo del fagot y la maderas en sus diálogos con la cuerdas. La tercera evoca música para el cine siendo tal vez la más hermosa de la tres. En ella recordamos la sensible y musical participación de la flauta y el oboe y el hermoso final en pianissimo de las cuerdas con cornos. La cuarta danza recuerda la orquestación de Aaron Copland, en particular su ballet “Rodeo”.

Los primeros tropiezos

La versión de la “Sinfonía N° 4 en Mi menor, Op. 98” de Johannes Brahms, nos planteó todo tipo de dudas, pues pareció que fueron insuficientes los ensayos. Si analizamos el nivel alcanzado por la Sinfónica, aquí se evidenció: un sonido crudo, en particular en los bronces (los cornos, por ejemplo, recordaron sonoridades superadas hace muchos años).

También ciertas entradas poco precisas y desajustes de tempi entre las cuerdas y las maderas y bronces en varias secciones, y muchos quiebres de notas en los vientos. Estos aspectos negativos se alternaban con algunas secciones donde el sonido y la prestancia de la orquesta parecían volver a la realidad actual.

Las cuerdas tuvieron un rendimiento más regular, aunque sin descollar, en una versión donde el director parecía no encontrar el rumbo en aquello que se propuso. Pensamos que Nesterowicz y su orquesta se han impuesto una vara muy alta y el público ya exige de ellos la calidad a que nos acostumbraron. Esto nos hace concluir que se trató de un mal día para un conjunto que acostumbró a sus seguidores a la excelencia.

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