El reconocido erudito mayor en la historia de la cueca tradicional, la misma que ha sido descubierta por generaciones de nuevos chilenos en la última década, es Fernando González Marabolí, cantor y estudioso de esta tradición hasta su muerte en 2006. Y no hay gente que se haya ceñido más a esa enseñanza literal que Los Chinganeros, un grupo que en 2009 está lanzando un disco pero que, con otros cantores legendarios, hace medio siglo ya estaba acuñando ese nombre nacido en la chingana para cantar cueca.
Esa educación está de entrada en el orden y la disposición de este disco, esquemática y casi didáctica. Si en el anterior, Chilena o cueca tradicional (2000), las cuecas están clasificadas por tipos, esta vez es orden es por épocas, por barrios, por ambientes, por personas y personajes. Aquí hay un tratado real de todo un patrimonio, que desde su título es una invitación a conocer el Matadero de Franklin, la Estación Central, la Vega Central y el puerto de Valparaíso, los cuatro barrios que todos los cantores tradicionales han enseñado como sedes principales de la cueca. Pero ésa es sólo una de las expediciones posibles.
La primera es histórica. Este viaje empieza en la raíz misma. González Marabolí dejó escrito que esta cueca, la misma que quedaría bautizada como "cueca brava" por el cantor Nano Núñez al llevarla al disco a fines de los '60, no es una más: es la cueca originaria. Es la que se llama chilena, cueca tradicional o cueca centrina, y de la que las demás son derivaciones. Se afincó en Chile con la llegada del conquistador español en el canto a la rueda, una tradición de raíz arábiga y de connotaciones poéticas, filosóficas y cósmicas. Y una lección concreta de esos inicios se escucha en las tres muestras de canto a la rueda al comienzo del disco, donde los cuatro cantores entonan sólo con panderos las melodías embrionarias de la cueca.
Ya remontados al siglo veinte, en el viaje por los cuatro citados barrios populares van apareciendo también los connotados de cada lugar. Si es el Matadero, en "Por las canchas el Matadero" están Rafael Andrade, "Rafucho" (n. 1922); Carlos Navarro, "Pollito" (n. 1930), Carlos Godoy, Luis Téllez Viera y el propio Fernando González Marabolí, todos Chinganeros históricos. Si es el barrio Estación Central, "Qué lindo trina Carvallo" es un homenaje a cantores como Eduardo Lalo Mesías, el aún vigente Manolo Santis y Humberto Campos, que pese a su ganada fama como el mejor guitarrista chileno de su tiempo, aquí es definido además como "canario de corazón". Si es la Vega Central, aflora una cueca completa dedicada al cantor recoletano Mario Catalán Portilla, "gran señor de la chingana". Y en Valparaíso aparece Grondona, célebre fabricante de panderos, mientras la melodía de "Qué será del viejo puerto" recuerda a otra cueca tan de la orilla como "Juanito Orrego".
Son momentos, lugares, tipos humanos. Hay tres cuecas que hablan de presidio y cuchilla, con gente armada entre la quisca, la máuser y la güíncher. "Tenía la pinta brava del verdadero sartén", dice un cantor en una de ellas. "Bandolero es el que canta", termina de aclarar su compañero. Una cueca empieza en guitarrón y pasa a guitarra y arpa para hablar de payas y de San Vicente de Tagua Tagua, y más tarde otra arranca con batería y piano para cantar a la pecaminosa calle Duarte, en uno de los contrastes mejores del disco. Otro paso hay de la chingana a la fonda, que es la propia chingana trasladada al escenario dieciochero del Parque Cousiño entre 1936 y 1940, según la referencia del disco, y es donde este repertorio se vuelve definitivamente festivo.
También es cuestión de estirpe. Dos de los cantores del grupo son hijos del citado Carlos Godoy, cuequero de antaño. Luis Castro González es sobrino del propio Fernando González Marabolí. El baterista Jorge Salinas Andrade es a su vez sobrino de Rafael Andrade, "Rafucho". Y a ellos se une por primera vez en disco el más joven René Alfaro, con un vozarrón que se haría oír en un circo y que ya se ha probado en vivo con Los Trukeros, junto a una serie de músicos jovenes matriculados en esta academia, que de paso enriquecen el disco con sonoridades de arpa, piano, contrabajo y acordeón además de las consabidas guitarras. Los Chinganeros son un puente entre esa actualidad y la añoranza que vive en estos versos. "Ya no se grita la cueca", se llama una de estas cuecas, ambientada en casa de remolienda. "Ya no se canta a la rueda", dice otra, a propósito del Matadero. Todas son melodías recopiladas por González Marabolí, y ahí está otra virtud: por si fuera poco el documento, en esta música además está el eterno misterio de encontrar encerrada en apenas dos acordes la belleza única de melodías como las de "Por las canchas el Matadero" o sobre todo "Cuando canta el vaporino", que tiene la misma entonación de "Managua", otra cueca de marineros. La misma entonación y la misma emoción.