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Sonó como arpa bella

Es hora de escuchar el fantástico instrumento del chileno Manuel Jiménez. El arpista desplegó el gran dominio técnico que tiene como solista de un concierto del ruso Reinhold Gliére, que fue dirigido por el venezolano Manuel Hernández Silva.

11 de Mayo de 2009 | 10:18 |
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Manuel Jiménez tuvo su gran concierto en las manos. Tocó a la altura de un solista internacional.

Jorge Sánchez

De bastante interés resultó el último de los programas de la Orquesta Sinfónica de Chile, que en esta oportunidad fue conducida por el venezolano radicado en España Manuel Hernández Silva. El director es dueño de un gesto claro que se conjuga con su natural musicalidad, consiguiendo un  hermoso y brillante sonido orquestal.

Desde los primeros acordes de la obertura de la ópera “El cazador furtivo” de Carl Maria von Weber se apreció el cuidadoso manejo de inflexiones y volúmenes sonoros insertos en un noble sonido. Allí los cornos tienen un rol preponderante y en esta ocasión descollaron por un desempeño sobresaliente. Hicieron olvidar algunas vacilantes jornadas anteriores. Tampoco debemos dejar pasar el bello sonido que lograron los chelos. La versión destacó los elementos descriptivos de la obra, basado en la claridad de los temas y fraseos. En cuanto a los diferentes solos que consulta, nos parecieron excelentes las participaciones del clarinete y del oboe, por su musicalidad y bello sonido.

La mañana de cuerdas

Luego, Manuel Jiménez, quien es sin duda un solista de exportación, interpretó junto a la orquesta una estupenda versión del “Concierto para arpa y orquesta en Mi bemol, Op. 74” de Reinhold Gliére, compositor ruso neo romántico. Para ello encontró en Hernández Silva una sensible batuta que fue un complemento perfecto en la interpretación.

La seguridad con que Jiménez enfrentó la obra le permitió dar rienda suelta a una musicalidad acorde con el romanticismo de la partitura, mientras el director manejó los balances y los diálogos con sumo cuidado, como aquellos producidos entre el arpa y el clarinete, el oboe y la flauta, todos de gran factura. La cadenza del primer movimiento de Jiménez fue lírica y magistral en contrastes dinámicos.

En el lúgubre inicio del segundo movimiento se anticipa el “tema con variaciones”, en el que tanto el arpa como las diferentes familias de la orquesta dialogan en juegos de gran elegancia y belleza. Recordamos la belleza de algunas variaciones como aquella que está sustentada en las cuerdas, o bien la que involucra a las maderas, corno y cuerdas que se suman al arpa. Sin duda que es en este movimiento cuando su autor explota las posibilidades timbrísticas y expresivas del instrumento solista.

El tercer movimiento parece aludir al folclor ruso en su sucesión de contrastes y cambios de  tempi, todos resueltos con segura  musicalidad. En la interpretación detectamos una estrecha mirada en el concepto interpretativo, lo que redundó en el rotundo éxito obtenido, el mismo que obligó a Jiménez a entregar como encore una obra donde su dominio técnico y expresivo se ratificó totalmente.

Cerró el programa la “Sinfonía N° 2 en Do, Op. 61 de Robert Schumann. Desde el primer movimiento la orquesta mostró un poderoso y hermoso sonido, muy homogéneo, agregado al adecuado trabajo en los contrastes y fraseos. El scherzo que le sigue fue preciso en lo rítmico, con articulaciones de extrema claridad en medio de una velocidad muy bien lograda. Debemos asimismo destacar la perfección de los accelerandos y rittardandos.


El sensible adagio del tercero, nos mostró la belleza del sonido de las cuerdas y el oboe en una interpretación muy expresiva. Luego, en el mismo espíritu, se agregan las maderas. El fugato en las cuerdas hacia el final fue impecable. La dirección logró en allegro final, un sonido bello y brillante, que hizo “cantar” a los instrumentos, al tiempo que obtuvo un especial éxito en la progresión dramática. El arrollador final hizo explotar al público en grandes ovaciones, las que premiaron una gran noche de la Sinfónica y su director invitado, Manuel Hernández Silva.

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