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Experimento en el laboratorio operático

Luego del recordado abucheo que un sector del público dedicó a este poco convencional montaje de la ópera de Verdi en el Teatro Municipal, las siguientes funciones han sido analizadas desde el punto de vista de lo estrictamente musical. Éste es un caso de esos, con la mirada de nuestro avezado crítico.

22 de Mayo de 2009 | 11:54 |
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Escenas como ésta se presenciaron en la régie experimental de Jean-Louis Grinda. No ha dejado a todos los operáticos conformes.

Teatro Municipal

El presente comentario corresponde a la segunda función de abono de “La Traviata”, ocasión en que público pasó por alto algunas licencias del régisseur Jean-Louis Grinda, centrándose en el aspecto estrictamente musical del inmortal drama de Verdi. Bien sabemos los riesgos que se asumen al cambiar de época algunas de las obras mayores del género lírico y sin pronunciarnos sobre los experimentos en el extranjero sólo tomaremos como referencia algunas de la producciones de Santiago donde la fortuna ha sido dispar. El éxito depende del buen gusto, tanto del escenógrafo como del régisseur.

Entre estos últimos se encuentran aquellos que buscan de alguna manera provocar al público con propuestas que a veces se alejan tanto del argumento como del espíritu del autor. Recordamos a esa compañía de soldados estadounidenses, cantando con entusiasmo a su patria… Francia en la ópera “La Hija del Regimiento”, o los guerreros de Astérix bailando hip-hop y aquella gran pelota azul de plástico que parecía la propaganda de una conocida crema que, en forma omnipresente acompañó el desarrollo de “Lohengrin”. Entre los aciertos están las producciones de Beni Montresor o la producción de “El Rapto en el Serrallo” de Miryam Singer. Ejemplos hay muchos en ambos sentidos.

En este caso de la propuesta de “La Traviata”, se transformó al personaje de Violeta en una prostituta decadente, lo que no provoca tanto rechazo pues es posible establecer un paralelo con las cortesanas elegantes de París de 1850, pero tiene detalles que resultan al menos curiosos. Aquél, por ejemplo, donde los mismos invitados a la casa de Flora, que abusan muy groseramente de una bailarina que reemplaza a las gitanas del original, se horrorizan posteriormente porque Alfredo le lanza un puñado de billetes a Violeta durante la misma fiesta.

Del mismo modo no es claro el afán de subir en muchas ocasiones a los protagonistas a sillas, mesas o cualquier elemento en altura, como para destacarlos. Pensamos también que el último acto durante el preludio recurre a la solución que Franco Zeffirelli hizo en su película sobre la ópera. No obstante creemos que ese final está muy bien logrado, al simular que el mundo de Violeta pareciera diluirse junto con la muerte de la protagonista. En justicia también encontramos otros momentos muy acertados, como los movimientos del coro y comparsas, en los primer y tercer acto, cuando acentúan la vulgaridad del ambiente.

La escenografía de Jorge Jara acierta en los actos extremos. En ello cuenta con la sugerente iluminación de Ramón López, pero consideramos muy elemental la solución del segundo acto y un tanto pesada la del tercero: más que la casa de Flora, parece un casino en estilo Bauhaus en un fuerte color verde. En contraste resultan interesantes sus puertas vidriadas con espejos. El vestuario, del mismo Jara, no es tan fiel a los años 1946 como se propuso, y en el caso de los vestidos resultó bastante kitsch.

La dirección de Jan Latham-Koenig adolece de emoción. Sólo en el acto final logra una cierta conmoción debido al estupendo desempeño de la protagonista. Sin duda este repertorio no es afín con el maestro Latham-Koenig. La Orquesta Filarmónica de Santiago tuvo un desempeño discreto, con apenas algunos momentos donde se escucharon con su sonido acostumbrado. Y el Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornick, apareció con la calidad que acostumbra a ofrecer.

Voces brillantes y discretas

La soprano Norah Amsellem fue una Violeta que evolucionó desde el inicio en lo vocal, a lo que agrega una convincente actuación. En el acto final llegó a conmover. Ahí consiguió una ovación con “pataditas” incluidas. Es extraordinariamente musical y maneja unos pianissimos de una belleza impresionante.

El tenor Francesco Demuro no posee el peso vocal requerido para Alfredo y su juventud aún le impide llegar a compenetrarse cabalmente con el personaje. No obstante su musicalidad y entrega le valieron una gran ovación. Stefano Antonucci tiene una gran y hermosa voz de barítono, pero en ciertos momentos golpea algunas notas. Su línea de canto sería impecable si no “calara” en ciertas frases. Su actuación es dispareja, fría y distante o casi exaltada.

Claudio Fernández fue un interesante Gastón. Brillante en momentos y desdoblándose hasta como un travestido en actuación. Pablo Oyanedel fue un excelente Barón. Flora lo cantó Miriam Chaparrota con el profesionalismo que acostumbra, aunque la régie casi la hizo desaparecer en un costado del escenario, mientras sus invitados abusaban de la bailarina. El resto de los comprimarios muy eficientes en sus roles. En síntesis una apertura de temporada que deja con una extraña sensación por lo irregular de los elementos de la producción.  

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