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Canciones en tu dormitorio

En su único concierto en Chile, ante unas mil personas (en Buenos Airse hizo dos teatros para tres mil 500 cada noche), la cantante afroamericana demostró que una celebración no necesariamente está asociada al desbande. Mientras más susurrante, mejor.

25 de Mayo de 2009 | 09:43 |
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Cassandra disfruta de la noche santiaguina a pies descalzos. Atrás, el pianista Jonathan Batiste, con la apariencia de un iniciado Herbie Hancock en 1962.

El Mercurio

Dentro de seis días canta en Santiago Cesaria Evora, voz caboverdiana a la que llaman “la diva de los pies descalzos” y éste es un preámbulo de ese tipo de soltura escénica con la cantante de jazz Cassandra Wilson, que tarda exactamente 180 segundos en liberarse de sus zapatos. 
 
Si ella proviene de un estado sureño con historia de segregación y se le adjunta a menudo el término “afroamericana”, pocas veces se entendió mejor en Chile lo significa esa raíz. Cassandra Wilson interpreta standards escritos por algunos autores blancos, pero le asigna un tratamiento que le da a todo su set un carácter negro y profundo, escarbando además en una música definidamente africana. Desde los en cánticos tribales en “Arere”, acompañada por el percusionista nigeriano Lekan Babalola, hasta el blues de Elmore James “Dust my broom”, ejecutado por Marvin Sewell con un metálico sonido de bootleneck sobre las cuerdas de la guitarra. 

El concierto es progresivo en ritmo, en movimiento y en estimulación. Gira en torno a su álbum de 2008 Loverly (“Caravan”, “A day in the life of a fool”, “’Til there’s was you”) que acaba de obtener un Grammy, aunque también regresa a la maravilla de 1995 que fue New moon daughter, la época de su primera popularidad. Y está matizado por ese timbre vocal de madera fina y registro de contralto que aún sigue confundiendo a auditores sobre si se trata de una mujer o un hombre quien está detrás. 
 
No necesita tanto más para ser Cassandra Wilson en vivo y directo. Un bailecito, un elegante scat, un llamado de atención a alguien en la tercera fila que pretende grabarla con  una cámara (“put it in tu bolsa”). Su banda amenaza con tocar con mucha energía, pero es exactamente lo contrario lo que hace porque Batiste, Veal y Riley saben que el mejor sonido está en las cuerdas de Cassandra. El único momento en que a ella se le sueltan las trenzas (y literalmente se le sueltan del peinado) es cuando ataca un ritmo funk y otro de blues eléctrico.

Pero el grupo toca para ella en un plano de absoluta discreción. Tres notas del piano que se repiten, una entrada de contrabajo al arco, una salida de plumillas en la batería, unos pajaritos. Son canciones que podrían sonar en el living de una casa. O en el dormitorio. Si uno tuviera una habitación de buen tamaño, el sexteto de Cassandra Wilson podría estar ahí, tocando, antes de apagar la luz.
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