El Dr Funkenstein tiene hoy 68 años. Pero piensa como un veinteañero: ''La música que los padres odia es la que a mí me gusta. Si piden bajar el volumen, yo lo subo''.
El MercurioLa fría noche no ahuyentó a un público fiel, ése que asiste regularmente a las fiestas funk que se realizan en el galpón Víctor Jara, en el barrio Brasil. Según las cifras, el popular respondió como corresponde, acercándose peligrosamente a las tres mil almas en un Industria Cultural a su máxima capacidad. He aquí una primera acotación a un dato no menor dentro de la enfervorizada fiesta que se vivía: el local, un galpón que se ubica en los límites del histórico barrio Yungay, no ofrece ni las mismas comodidades ni la misma acústica que, por ejemplo, un Teatro Caupolicán, recinto a todas luces mucho mejor equipado para el vendaval multicolor que se desataría.
Como sea, el show por sí mismo se sostuvo de manera encomiable (a pesar de la elección del local). El acto de apertura, a cargo de los nacionales Funk Attack, estuvo a la altura. Un Tea-Time inspirado dejaba correr las rimas mientras Rulo, Tata, Pancho G y el saxofonista Andrés Pérez lograban una potente puesta en escena, nutrida por éxitos de Los Tetas y brillantes versiones de “Corazón de sandía”, “La medicina” (con corista incluida) y el clásico “Cha cha cha” junto al ex Tiro de Gracia Juan Sativo. “Funkblaster”, el anticipo del disco que pronto editarán los nacionales, pegó igual de directo como con la versión del clásico de Los Ángeles Negros, “Cómo quisiera decirte”. Un show redondo.
Aún así, el invitado sobrepasó con creces la expectativa. Cinco guitarristas (incluyendo a Gary Shider, “el hombre con pañales”), todo un completo juego de voces, tres hombres a los teclados, un saxofón, maestros de ceremonia, bajo y batería. Todo esto, sólo una fracción de la orquesta completa que habitualmente toca junto George Clinton, salió pasadas las 21:30 para dejar en claro cuáles los verdaderos comienzos del funk moderno. Y no escatimaron en recursos. Desde los primeros acordes, P-Funk dejó en claro el por qué de su longevidad con un sonido que mezcla mucho del rock y el blues ácido con el soul indeleble de James Brown. “Supongo que gané yo”, decía entre risas el Dr. Funkadelic en su conferencia, al mismo tiempo que profesaba su admiración por el “padrino del soul”.
Lo extraño es que Clinton no aparecía en escena aunque la fiesta estaba desatada. La espectacular versión de “Funkentelechy” (del álbum Funkentelechy vs The placebo syndrome, de 1977), en la que la voz de Belita Woods brilló como en toda la noche. La muralla de guitarras fue otro de los puntos altos de P-Funk, ya que la rítmica de la sobria Shaunna Hall marcaba el beat a los rockeros solos de Michael "Kidd Funkadelic" Hampton y DeWayne "Blackbyrd" McKnight. Asimismo, la versión de “Bob gun”, del mismo disco, causaba estragos: el público saltaba y bailaba como si el mundo se fuese a acabar.
Una hora exacta de eso y aparece en escena George Clinton. Con todo servido a sus pies, el sexagenario “abuelo” del funk vino a poner orden. Su sola presencia dominó y su orquesta, obediente, se despachó una notable versión del clásico “Flash light”. Con Clinton al frente, quien dirigía más que cantaba, se armó el verdadero circo: “Mr. Nose”, uno de los personajes dentro del universo Funkadelic, realizó una performance llena de contorneos junto a una de las coristas, que luego jugueteó junto a Clinton mientras una chica del público bailaba con el propio “Mr. Nose”.
Es en ese instante en que la música se apaga y el rumor corre. La banda, tocando “Rumpofsteenkin” (de Motor-booty affair, 1978), ve interrumpida su presentación a las cerca de dos horas y Clinton mira, pidiendo explicaciones. Gary Shider no va más, pero Funkenstein dice que no. De repente no se entiende nada hasta que Clinton y sus muchachos instan a la audiencia para que siga cantando. Y se reanuda la fiesta con el mismo tema y haciendo bailar al público por más de tres horas y en las que clásicos como “One nation under a groove” hicieron cierta la advertencia previa al recital hecha por el mismo Clinton: “tienen que llevar dos traseros, porque con uno no les alcanzará”.
Se preguntarán qué pasó en ese corte. Pues bien, la nota baja de un recital que califica como uno de los mejores del año pasa por la productora del evento. En un afán desconocido para nosotros presentó una organización pésima para la altura de la “Mothership Connection”: guardias que no sabían nada, desconocimiento del tema de las fotografías y, la guinda de la torta, la interrupción de Carabineros para detener la fiesta. Aún así, afortunadamente fue una anécdota. George Clinton y sus P-Funk quedaron en la retina como la leyenda del funk, los únicos sobrevivientes, de un género que sigue vivo y moviendo “booties” a través del mundo.