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Maestría, elegancia y brillantez

Una visita para recibir con alfombra roja. Los músicoa de la agrupación británica confirmaron que la moda de los sonidos no va con ellos. Simplemente se dedicaron a tocar las obras del repertorio de manera espléndida.

11 de Junio de 2009 | 10:13 |
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El pianista brasileño Álvaro Siviero actuó como solista junto a la London Festival Orchestra.

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La versatilidad es una de las características que posee esta prestigiosa orquesta inglesa que se encuentra en gira latinoamericana. A ello suma su gran entusiasmo y sentido de grupo. Sólo mostró una pequeña desinteligencia en algún ataque o desajuste de pulso en otro pasaje producto, tal vez, del desconocimiento de la acústica del teatro. Pero eso no desmerece en absoluto su desempeño, que despierta un enorme entusiasmo en el público que les escucha. Factor importante en estas características es su director, Ross Pople, quien dirige a sus 21 integrantes con elegante prestancia.

En el programa destaca el hecho de que el grupo no pretendió seguir la moda de tocar en versiones “originales”. Ellos tienen instrumentos modernos y sus versiones no quienre acercarse a la sonoridad del barroco o del clasicismo. A Pople le basta con respetar el estilo.

El conocido “Divertimento para cuerdas” de Béla Bartók inició su presentación y en el primer movimiento mostraron su homogéneo sonido, inclinándose más hacia lo “cantabile” que a lo rítmico, como es la tendencia en muchos conjuntos. Este concepto lírico de Pople le otorga nueva riqueza al destacar con nitidez los fraseos de los temas melódicos y los contrastes tensión-relajación.

El “molto adagio” que le sigue nos hizo escuchar el sólido entramado polifónico, de carácter misterioso y solemne, que fue tocado en un expresivo y genial pianissimo. Se acentuó así la angustia casi expresionista que lo caracteriza. Recordemos el notable crescendo y un diminuendo de gran expresividad de una de sus secciones. En el tercer movimiento los músicos fueron certeros en la precisión melódica y rítmica, así como en los cambios de carácter a pesar de la velocidad de la versión. 

Un pianista para aplaudir

Luego, y con la orquesta ampliada, el pianista brasilero Álvaro Siviero interpretó el “Concierto N° 12 en La mayor, K 414” de Wolfgang Amadeus Mozart. El solista es dueño de una depurada técnica y enfrentó la obra en riguroso estilo. A ello suma una espléndida elegancia y fineza. En algunos momentos su digitación es alada, mientras que en los contrastes dinámicos, sus pianissimos llegan a conmover. Sólo podríamos objetarle que en ciertos momentos apura un poco el pulso, lo que no provoca problema en el discurso general, gracias a la atenta batuta de Pople. Otro aspecto valorable es la total correspondencia de fraseos y diálogos entre solista y orquesta, así como el balance sonoro logrado.

La cadenza del primer movimiento fue tocada con gran sensibilidad por Siviero. Cantábile y expresivo fue el “andante” que le sigue, destacando los pasajes oscuros interpretados muy expresivamente. El “rondó” con que finaliza fue casi chispeante, en un juego constante de diálogos e imitaciones entre solista y orquesta, conformando un todo armónico que hizo estallar al público en ovaciones. Siviero agradeció ofreciendo una fantasía sobre el “Rondó a la turca” de Mozart, con un lenguaje muy cercano al de Liszt, demostrando toda la fuerza y pasión que puede entregar como intérprete.

Luego, dos miembros de la orquesta, Malcolm C. Messiter (oboe) y Robert T. J. Gibbs (violín), interpretaron el “Concierto en Do menor, para violín, oboe” de Johann Sebastian Bach. El primer movimiento fue afectado por un pulso un tanto inseguro entre ambos solistas,  perjudicando el resultado final a pesar del noble sonido de ambos y obligando a Pople a ser extremadamente cuidadoso en la concertación general.

En rendimiento mejoró ampliamente en el segundo movimiento, logrando elevar mucho el nivel de la versión. Ahí se destacó el enorme fiato y extrema musicalidad del oboísta. En el tercero todo se volcó para la excelencia. El violinista que tal vez había sido hasta entonces un tanto formal, hizo aflorar toda su musicalidad y virtuosismo en una espléndida dupla con el oboe. La orquesta con enorme profesionalismo acompañó este estupendo final.

Finalizaron con una notable versión de la Sinfonía N° 83 en Sol menor, llamada “La gallina”, de Franz Joseph Haydn. En el primer movimiento desplegaron toda su maestría con su elegante y descriptivo enfoque, así como en los contrastes sonoros y las cuidadosas articulaciones de notable fineza, en las que el humor no está ausente.

Lo “cantabile” expresivo fue la característica del “andante” que le sigue, con sus sutiles pianissimos. En el tercero, que corresponde al tradicional “minuetto” que estableció Haydn para las sinfonías, el enfoque fue de una elegancia casi alada. En el “trío” o sección central, destacó la musicalidad y gracia de las maderas. De esta forma se llega al exultante final, de notable y musical precisión en su aparente juego melódico.

Agradeciendo los interminables aplausos, los músicos de la orquestra británica regalaron como encore “Llegada de la Reina de Saba” del Oratorio “Salomón” de Haendel y un interesante arreglo para orquesta clásica de la “Danza del sable” de Katchaturiam, cerrando así su brillante presentación.

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